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La forja de un periodista. Azorín (1891-1906)

  • Autores: Juan José Payá Rico
  • Directores de la Tesis: Miguel Ángel Lozano Marco (dir. tes.)
  • Lectura: En la Universitat d'Alacant / Universidad de Alicante ( España ) en 2018
  • Idioma: español
  • Tribunal Calificador de la Tesis: Francisco Javier Díez de Revenga Torres (presid.), Manuel Menéndez Alzamora (secret.), Dolores Thion Soriano-Mollá (voc.)
  • Programa de doctorado: Programa de Doctorado en Filosofía y Letras por la Universidad de Alicante
  • Materias:
  • Enlaces
    • Tesis en acceso abierto en: RUA
  • Resumen
    • La forja de un periodista. Azorín (1891-1906) ahonda en las raíces del periodismo de José Martínez Ruiz en sus múltiples colaboraciones en Monóvar, Dénia, Alicante, Yecla, Valencia, San Sebastián, Madrid y Barcelona, relacionando temporalmente su trayectoria en el oficio periodístico, en las hojas volanderas, con su obra de creación. Este recorrido por su obra periodística es, pues, fundamental para adentrarse en la figura poliédrica de Azorín, en una investigación que, a su vez, ha recuperado, rescatado y aportado nuevos artículos azorinianos, cabeceras y escritos inéditos que permanecían ocultos y perdidos en las hemerotecas.

      La forja de un periodista. Azorín (1891-1906) se adentra por tanto en la evolución ideológica del alicantino, la transformación de su firma (de Martínez Ruiz a Azorín, con el empleo de diversos pseudónimos de por medio), su renovador estilo, su estética creadora, la crítica teatral o literaria (con sus autores y temas predilectos), las crisis y silencios, y la retroalimentación que se produce entre literatura y periodismo que son, entre otras manifestaciones, unos datos vitales y necesarios para reinterpretar y reescribir su biografía.

      Así pues, desde las primeras colaboraciones locales y provinciales en Alicante, este es un viaje que retrata el proceso de formación periodística de José Martínez Ruiz, de Valencia a Madrid y Barcelona, no exento de altibajos y conflictos en lo cultural y literario a finales del XIX y principios del XX. De este modo, Azorín, tras una dura labor diaria y una intensa preparación intelectual, se abrió un hueco en las cabeceras más prestigiosas (El País, El Progreso, El Imparcial, España, ABC y Diario de Barcelona), ganándose la simpatía (que también envidia) de algunas de las figuras más célebres de la época.

      Fueron docenas de diarios; cientos de artículos; y hasta 21 libros y folletos los que vieron la luz en este intervalo de tiempo, en los que Azorín brinda algunas de las crónicas más brillantes del oficio periodístico y de la literatura española, y en las que resaltan, además de su compromiso, una estética que salva a estos textos de la caducidad efímera del periodismo (Los pueblos, Veraneo sentimental).

      Respecto al campo de trabajo en las tareas de revisión y análisis de la prensa, han desempeñado una función clave las actuales herramientas tecnológicas con las hemerotecas digitales. Y asimismo, referencia absoluta para esta investigación, han sido la Biblioteca Nacional de España, el servicio de Prensa Histórica del Ministerio de Cultura, la Biblioteca Valenciana (Hemeroteca Municipal de Valencia), el archivo digital de Levante-EMV del grupo Editorial Prensa Ibérica, el Centro Digital de Guipúzcoa (País Vasco), el Centro de Memoria de Madrid (Hemeroteca Municipal de Madrid), la Biblioteca Digital de la Comunidad de Madrid o el Arxiu de Revistes Catalanes Antigues de la Biblioteca de Catalunya.

      Además, también se ha trabajado en colaboración con el servicio de Préstamo Interbibliotecario de la Universidad de Alicante para tramitar y requerir documentos electrónicos con la Bibliothek der Friedrich-Ebert-Stiftung de Bonn, el International Institute of Social History de Ámsterdam, la Biblioteca Nacional de Francia y la Biblioteca Nacional de España (en estos dos últimos casos, con archivos que no estaban disponibles en sus hemerotecas digitales).

      Igualmente, en el curso de esta investigación, ha sido imprescindible el material aportado por los fondos de la Casa-Museo Azorín de Monóvar (de la Fundación Caja Mediterráneo), el Instituto Alicantino de Cultura Juan Gil-Albert (de la Diputación de Alicante) y el Archivo Histórico Provincial de Alicante (de la Generalitat Valenciana).

      En cuanto a las conclusiones, a modo de resumen, Azorín aporta al periodismo un estilo renovador con el que crea una marca propia, una distinción, una personalidad en el ejercicio de la profesión que rompe con la prosa anquilosada de otros tiempos. Y, a su vez, trabaja nuevos contenidos ante una prensa entonces excesivamente partidista y politizada.

      Además, el periodismo de Azorín resalta por un tratamiento informativo original en los enfoques, por la amplitud de prismas abordados sobre una misma noticia. Para ello, introduce la nota personal del ―”yo”, que combina otras veces con la tercera persona, en textos caracterizados por el ritmo y la ausencia de erudiciones que entorpecieran la lectura.

      Asimismo, Azorín entendió que es posible concebir el periodismo a partir y dentro de la literatura sin alterar los principios fundamentales del oficio, lo que explica la aplicación de novedosas técnicas literarias en la confección de crónicas como en La ruta de Don Quijote o La Andalucía Trágica, adelantándose al modelo que acuñó años después Tom Wolfe, el Nuevo Periodismo.

      Es más, Azorín insistió en el papel primordial de las hojas volanderas como soporte del devenir cultural de una época, sobre todo en la elaboración de críticas y reseñas de escritores como Unamuno o Baroja (actualidad de libros, también del panorama literario francés o catalán), a los que se desatendía o bien ignoraba para dar cabida a otras cuestiones políticas superfluas.

      Incluso, en este sentido, el reportero alicantino apostó por un periodismo cultural y didáctico en la difusión de los clásicos, el teatro, la pintura, el paisaje o los viejos oficios, con artículos que encajan perfectamente en el molde de un cuento o relato breve con la incorporación de diálogos y descripciones de los que se puede extraer una conclusión (lo que destapa los estrechos márgenes entre la literatura y el periodismo).

      Azorín creía de este modo en un periodismo justo, un periodismo de compromiso, de ahí sus campañas intelectuales encaminadas a protestar y denunciar los procesos con nulas garantías judiciales; su reivindicación de la juventud contra lo viejo; su enfado y malestar contra una crítica literaria o teatral que se movía por sus propios intereses, que ensucia y daña la imagen de un gremio ya de por sí denostado. De hecho, prueba de su modernidad, es la producción en la que ahonda en colectivos vulnerables, la pena de muerte o el feminismo –educación igualitaria, divorcio o emancipación- en una sociedad, a finales del XIX, machista en la que la mujer quedaba claramente relegada.

      Por otro lado, Azorín innova y aligera las crónicas políticas parlamentarias suprimiendo los larguísimos discursos perorados desde el hemiciclo. Así, en sus columnas de prensa, el alicantino sintetiza y resalta lo principal, desgrana la novedad de la declaración manida y mil veces repetida del gobernante, y agrega aclaraciones y matizaciones que ayuden al lector en la compresión de la noticia.

      El autor de La voluntad, incluso, supo ver que una pieza informativa o crónica política no solo consistía en lo que ocurría dentro de la cámara alta o baja, sino también en los pasillos del Congreso, en los gestos, en los comentarios… con imágenes que iban más allá de la retórica.

      Azorín tampoco se conformó con ser un redactor de mesa. Para ello el alicantino viajó, se desplazó hasta el lugar de los hechos, asumiendo el protagonismo, convirtiéndose en un testigo de los acontecimientos, plenamente consciente de que esta era la única manera de palpar la realidad. Azorín quería, en su rol de mediador, que sus lectores vivieran con la máxima intensidad los hechos informativos y, por eso, viajó, no cesó de viajar, a París, Londres, Madrid, Barcelona, Alicante o San Sebastián. Incluso, en su periodismo de viajes, tampoco renunció a su faceta cultural o reivindicativa, recorriendo la Mancha siguiendo la pista de Don Quijote, o bien denunciando la situación miserable de los labriegos y campesinos en Andalucía.

      Pero, decíamos, Azorín obró con una cierta independencia, y eso le enfrentó a compañeros, los rotativos más prestigiosos y, especialmente, a una clase política que nunca encontró a la altura de las circunstancias. No obstante, pese a los periodos en los que Azorín tuvo sus guiños y debilidades con la causa conservadora de Maura, en un claro favoritismo que se fue intensificando con el tiempo, el alicantino hizo gala de su independencia con severas críticas a los gobernantes, en su compromiso por y para la regeneración de España, lo que incluía denuncias sobre el ejercicio del periodismo en condiciones lóbregas y la ineficacia de instituciones como la Real Academia Española.

      Azorín fue un visionario al adoptar estrategias del marketing periodístico, de tal modo que, absolutamente conocedor de la fortaleza de las hojas volanderas, utilizó a estas como escaparates con los que promocionar sus libros y, a su vez, multiplicó la reproducción de sus artículos dándoles visibilidad en distintas cabeceras (si no le concedían rentas económicas al menos sí publicidad). Incluso, a efectos comerciales, numerosos artículos azorinianos fueron recopilados en libros (lo que también salvaba a estos de la caducidad efímera del periodismo).

      Además, esta ―”segunda vida” de un abundante porcentaje de su producción periodística, la que está insertada en obras como Los pueblos, tiene su origen en la estética que aprisiona su mundo creador, en las ensoñaciones y emociones que envuelven su articulismo, en la sensibilidad que conecta en muchos casos con la vida, el amor y la muerte (lo que permite que su lectura se preserve con la misma vivacidad cien años después de su publicación).

      Cabe destacar, en este sentido, cómo Azorín emplea con solvencia la polémica, de la que hace uso con el propósito de captar la atención del lector, con el deseo de mantenerle enganchado en el relato y, por su parte, de ganar audiencia (como en los controvertidos artículos de La Campaña, como en las entrevistas y declaraciones que recoge en su viaje por la Mancha). Polémicas que, igualmente, están salpicadas de llamadas al lector, de citas con las que involucrarle en el relato. El alicantino sabe que su medio de existencia en el periodismo depende exclusivamente del lector, por lo que no duda, en otras ocasiones, en rehacer sus crónicas para dirigirse al público catalán en Las Noticias o Diario de Barcelona. El lector es, por tanto, la prioridad, por eso su crítica literaria no está recargada de cultismos, escapando del ámbito más reducido y especializado.

      En cuanto a la bibliografía, se ha llevado a cabo una revisión de la crítica especializada, aunando puntos trazados previamente por otros autores y dispersos en la bibliografía académica. Y, en este sentido, se ha procedido a una necesaria actualización a partir de relevantes biografías como la de José María Valverde (Azorín, 1971, de Planeta), encaminadas a unir la faceta literaria y periodística del alicantino, pero que carecían de importantes apuntes (sobre todo en lo que concierne a la prensa histórica, de la que disponemos de un mayor acceso en la sociedad de la información). Y, por descontado, también ha sido recurso y fuente principal la guía del profesor E. Inman Fox.


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