El objetivo de esta tesis ha sido la identificación de los confesores reales de los reyes de la Casa de Trastamara en Castilla, desde Enrique II a Isabel I (entre los años 1366 y 1504), así como valorar su importancia en la historia de la Iglesia y la monarquía de la Castilla medieval. Para ello, se ha indagado en los precedentes de dicha figura, la trayectoria biográfica de todos los confesores y en los aspectos ideológicos. Sobre esta base, se ha hecho un análisis prosopográfico contrastando la realidad de los confesores reales con el discurso regio sobre el ideal del mismo, así como la imagen del poder real proyectada por los mismos confesores en la conciencia regia, y la posible respuesta o reacción de los monarcas ante tales admoniciones. El resultado final ha sido la constatación de que la figura del confesor real arranca, como pronto, del siglo XI, cuando comenzó a implantarse la confesión auricular y privada en los reinos de León y Castilla. En el siglo XIII ya podemos hablar de confesores en toda la extensión del término, aunque la denominación no aparece hasta el reinado de Fernando IV. Para el momento de la coronación de Enrique II, la del confesor era una figura arraigada, aunque con una definición institucional muy escasa. A partir de entonces, los confesores desempeñaron importantes labores eclesiásticas (especialmente en la reforma de las órdenes religiosas y en el episcopado), culturales (redacción de obras, creación de estudios y universidades, impulso o protección de empresas intelectuales) y políticas (labor en los órganos de gobierno, y en especial en la representación diplomática).
También se ha podido concluir, en lo que se refiere a los aspectos culturales, que la del confesor real hubo de ser considerada una figura esencial para la salvación del alma del rey, tanto por el cuidado de su salud espiritual como la atención que le deparó al monarca en el momento de su muerte. Además, su presencia o ausencia fue aprovechada por la propaganda a favor o en contra del rey para ensalzar o denigrar la figura del monarca. Por otro lado, los confesores reales hubieron de ser muy importantes en la creación de un ideal ético para la realeza, que ya no servía para legitimarla, sino que se conformaba como una amonestación dirigida a la conciencia real para gobernar sinceramente según los principios de la moral y la fe cristianas. Partiendo de las fuentes conservadas, los confesores hubieron de tratar con los reyes sobre la legitimidad del poder real (de origen y ejercicio), la exacción fiscal, el amparo de la moral y la fe del reino, la promulgación de leyes y cumplimiento de la justicia y, por último, la guerra. Todos estos contenidos se articulan en lo que hemos dado en llamar discurso moral y penitencial, que es el modo más riguroso de acercarse, en lo posible, a la relación privada entre confesor y rey, de la que nada sabemos, sin incurrir en la mera especulación y salvando el absoluto mutismo sobre esta cuestión.
Los reyes, por último, exigirían de sus confesores que fuesen hombres de ciencia, bien preparados y con un juicio equilibrado para atender al rey y ofrecerle sabios consejos. Ello se refleja en la preparación que los confesores tuvieron por lo general. Por otro lado, exigieron de los confesores santidad de vida, que se aprecia en la coherencia que, por lo general, manifestaron los confesores en su celo reformador. Por último, se exigiría una absoluta discreción para mantener a salvo los secretos de los reyes. Durante el periodo estudiado, no consta ningún caso en que los confesores traicionasen dicha discreción ni, en general, la confianza de los monarcas.
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