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La metáfora de hablar: inscripciones de la mente silenciosa

  • Autores: Carlos López de Silanes de Miguel
  • Directores de la Tesis: Luis Enrique Montiel Llorente (dir. tes.)
  • Lectura: En la Universidad Complutense de Madrid ( España ) en 2017
  • Idioma: español
  • Tribunal Calificador de la Tesis: Ángel Luis González de Pablo (presid.), Margarita Romero Martín (secret.), Rafael Huertas García-Alejo (voc.), Juan Antonio Pareja Grande (voc.), María Isabel Gallo (voc.)
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  • Resumen
    • El lenguaje surge del silencio. Es un hecho simple, casi inapreciable, y en el que apenas reparamos. Pero encierra en sí mismo toda la profundidad del habla humana, que asoma en la superficie de una sustancia muda, que no se pronuncia, y en la que discurre como un nómada por el pensamiento, en la búsqueda de la significación. Ello exige una nueva forma de abordar el problema cerebro¿mente, y la manera en que nos relacionamos con los objetos del mundo ¿entre ellos los propios términos que usamos para nombrarlo¿, que hace asimismo necesario replantear los vínculos de la mente con el signo, y del signo con el cerebro, en lo que llamo una ontología del cerebro. Pues el referente es algo que nunca se expresa, y permanece siempre como a punto de ser dicho. El camino del lenguaje es un buscarlo. Y su función primera es por tanto metafórica: constituirse en signo, presencia; manifestarse, respecto de lo que no se manifiesta. El habla adquiere entonces propiedades deícticas y cinéticas. El cerebro se hace movimiento, imaginería del mundo, transitando en la elipsis del silencio. Y el proceso de hablar es así un insertarse en el mundo, en todo lo material, señalando el destino de las palabras al apuntar hacia el lugar en que el logos deviene en forma, atravesando el espacio que queda entre ellas y las cosas. Hablar es una mezcla de decir y no decir, y el discurso es la conjugación escénica de la palabra y el silencio. El silencio originario, parcialmente presente en el discurso, precede en el orden enunciativo al habla, y vuelve a ausentarse en él insistentemente, abriendo una herida que no cierra. La evolución biológica persigue en el hombre una forma de conocimiento que llegue a conjurar cualquier significado particular, por significarlos todos ellos a la vez, nombrando con su sola presencia lo que no cesa de no escribirse. Pero es el caso que la estructura de la realidad es simbólica solo en la medida en que concierne al signo, y la explicación del signo pertenece a un orden que no es de palabras ni de átomos. No conocemos el sentido original de nuestros actos, y así el impulso de hablar es la confesión de una profesión por lo silente. En ese espacio llamamos mente a la nostalgia del todo en la intimidad de uno, a la parte de un todo que se confiesa en el uno. La trama es invisible. El cerebro es la metáfora.


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