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La Escuela de Cristo de Valencia: historia y documentación

  • Autores: Juan Antonio Monzó Climent
  • Directores de la Tesis: Vicente Pons Alós (dir. tes.)
  • Lectura: En la Universitat de València ( España ) en 2016
  • Idioma: español
  • Tribunal Calificador de la Tesis: María Milagros Cárcel Ortí (presid.), Juan Gomis Coloma (secret.), Emilio Callado Estela (voc.)
  • Programa de doctorado: Programa de Doctorado en Geografía e Historia del Mediterráneo desde la Prehistoria a la Edad Moderna por la Universitat de València (Estudi General)
  • Materias:
  • Enlaces
    • Tesis en acceso abierto en: RODERIC
  • Resumen
    • El objeto de nuestro estudio es la Escuela de Cristo de Valencia, una original institución del Barroco que, con mayor o menor vigor, ha perdurado hasta nuestros días. Nacida en Madrid, rápidamente se extendió por toda la geografía española, también en los dominios de la América Hispánica, e incluso por Italia. No obstante, es muy poco conocida y el alcance e influencia de la misma ha sido muy poco estudiado. Sorprende este hecho teniendo en cuenta su amplia difusión geográfica y temporal, que abarca cuatro siglos. El presente trabajo parte de una acotación cronológica que abarca desde la fundación de la Congregación en 1662 hasta más o menos la Guerra de la Independencia y el posterior reinado de Fernando VII. Es decir, la etapa circunscrita en la Edad Moderna. La documentación de la Santa Escuela de Cristo que se conserva permite reconstruir cómo era la organización archivística de la Institución. Hemos podido establecer con bastante precisión cómo fue la cadena de custodia y transmisión del archivo, y hemos localizado tres fondos en distintos archivos lo que supone contar con el grueso de la documentación que la santa Escuela generó. No obstante, es posible que en un futuro se puedan localizar más documentos, pues en modo alguno está cerrado. Así mismo, hemos podido establecer un cuadro de clasificación completo y recuperar el orden originario del archivo, comprobando que las pérdidas han sido mínimas. El alcance de la influencia de la Escuela en la sociedad resulta muy difícil de precisar, por cuanto la Escuela es una institución interior. Podría pensarse, por tanto, que representa un tipo de espiritualidad intimista y alejada de las prácticas externas comunes al resto de la Iglesia, de la piedad genuinamente barroca. Podría parecer que quedaba en los márgenes de la práctica ortodoxa de la fe. Podría pensarse, en suma, que constituía un foco quietista o alumbradista. Lo bien cierto es que un análisis detenido de la documentación de la Escuela ofrece una imagen bien distinta. Con todo, la figura de Miguel de Molinos proyectó una sombra de sospecha sobre la congregación de la que no logró deshacerse del todo, a pesar de los intentos por marcar distancias, verificados incluso en el acuerdo de hacer una damnatio memoriae del muniesano en todos los documentos de la institución. Así como la decisión de proceder a la exclusión automática de todo aquel hermano que incurriera en pena de Inquisición. En definitiva, y a falta de hacer una profundización más detallada sobre las prácticas espirituales de los hermanos a título individual; la impronta espiritual de la Escuela, se circunscribe, en las más estricta ortodoxia. A lo largo del presente trabajo se expone el ideal de vida de los hermanos, que no es otro que seguir al «Soberano Maestro» en la escuela de vida que les propone. Como en toda escuela hay un modelo que es la referencia y unos ejercicios que ayudan a poner en práctica este aprendizaje de un determinado estilo de vida. En este sentido, lo que es propio de la Escuela de Cristo es una llamada a la santidad, que aunque a priori es universal, ellos consideran que al final queda reservada a una élite. La gran novedad que aporta respecto a la mentalidad de la época es que la «perfección evangélica» no es un asunto de religiosos, sino que está abierta también a los laicos, y que supone una radicalidad de vida que hace que el seguimiento de Cristo no sea un aspecto más de la vida sino que ha de penetrar de modo radical toda la existencia. En este sentido, la Escuela no tiene una llamada a un carisma específico. Hasta el momento toda congregación que aspirara a vivir en la radicalidad del Evangelio lo hacía desde un carisma concreto y en una estructura de vida religiosa. La Escuela de Cristo aporta una novedad que de algún modo ya había iniciado la Congregación del Oratorio. En su seno daba cabida tanto a los eclesiásticos, no importa que pertenecieran al clero secular o regular, porque no existía contradicción carismática entre ser hermano de su congregación religiosa y hermano de la Escuela de Cristo; como a los laicos de toda condición. No obstante lo dicho hasta ahora, la dirección de la Escuela recaía en el estado clerical. Aun siendo la mayoría de sus miembros laicos que participaban incluso en los órganos de gobierno colegiados, no podemos sustraernos a la impronta clerical de la Iglesia del momento. Aunque la presencia del clero secular fue proporcionalmente mayor, en la dirección de la Escuela juega un papel esencial el clero regular. El ideal de vida de la Escuela era no hacer acepción de personas, y que la relación entre los miembros de la misma fuera de verdadera fraternidad, no obstante se vivía más en el ideal que en la práctica cotidiana, aunque paulatinamente los hermanos iban asimilando que en el servicio de Dios no había notables ni súbditos, todos eran hermanos, todos eran iguales. La Escuela de Valencia, a diferencia de otras como la de Sevilla, experimentó un proceso de apertura social desde sus orígenes eminentemente selectos, al espectro social de mediados del siglo XVIII en el que ya abundaban «gentes mecánicas» y raleaban los títulos. Con todo, la influencia social, cultural y religiosa de la Escuela de Cristo fue, en paralelo a este proceso, apagándose. Las fuentes de inspiración fueron por un lado y como es obvio, la espiritualidad oratoriana, que se nutrían espiritualmente de la influencia de los franciscanos descalzos, especialmente de Antonio Sobrino y Francisco Ximénez, así como los núcleos de vitalidad religiosa que se establecieron a partir de las relaciones interpersonales. En el ambiente espiritual de Valencia se cruzan constantemente los mismos nombres, en distintos ámbitos y contextos, y en especial en la Universidad. Muchos de ellos, miembros de la Santa Escuela: Jacinto Amaya, Juan Bautista Ballester, Tomás Bosch, Tomás de la Resurrección, Juan Bautista Sorribas, Jaime López, Domingo Sarrió, Juan Nolasco Risón, y un largo etcétera. Las relaciones se ramifican a todo un pueblo, un universo de personas no tan notorias, pero que crean todo un ambiente de religiosidad. Ciertamente se crean círculos de influencia espiritual interrelacionados. Además de todo esto, queda por dilucidar otra cuestión. En un principio pareciera que por rehuir cualquier manifestación externa, nos encontraríamos ante una piedad de corte intimista y poco dada a la exteriorización de los afectos, tan propia del barroco. Sin embargo, la abundante documentación interna en la que se hace referencia a la participación de hermanos en las fiestas o rogativas públicas que se hacían en la ciudad de Valencia, y la supeditación de los ejercicios y reuniones de la Escuela al calendario festivo muestran que no solo no hay rechazo, sino que los hermanos participaban plenamente en las mismas. Entre estas fiestas extraordinarias tiene especial importancia el ciclo de festejos en torno a la Purísima Concepción, que fue el caldo de cultivo en el que nació la institución. El estudio de los ejercicios de la Escuela, así como de las reseñas biográficas que hemos trazado, nos ha permitido hacer un bosquejo de los ejes que conforman la espiritualidad de la Escuela. Las características fundamentales de la piedad que desarrolló la Congregación giran en torno a una acendrada piedad eucarística, la devoción trinitaria, la devoción mariana y la devoción a los santos. Como vemos, nada diferente a las devociones comunes a toda la catolicidad. Añadiremos, también, la fidelidad a la jerarquía eclesiástica. Pero lo que quizá fue la nota más característica de la espiritualidad de la Escuela fue tener como centro de la meditación y de la propia vida el memento mori, que se verificaba de un modo especial en los ejercicios de la Buena Muerte. Esta espiritualidad se concretaba en los ejercicios semanales, que hemos descrito profusamente. Y en otros ejercicios colectivos mensuales o anuales, de entre ellos cabe destacar las visitas a las cárceles de Serranos y San Narcís y la visita al hospital General. Por último, cabe destacar los ejercicios personales diarios: misa diaria, meditación, examen de conciencia, etc. Por último, podemos establecer una periodización que en lo sustancial coincide con la del resto de Escuelas de otros lugares de España. Una primera fase que va desde sus orígenes hasta la Guerra de Sucesión, que marca de manera traumática la vida social de Valencia. Es el periodo de génesis, del vigor de los primeros momentos y de la composición social de marcado carácter elitista con la influencia que esto supuso en los ambientes políticos, culturales y religiosos. Una segunda fase que ocupa prácticamente todo el siglo XVIII, hasta le Guerra de la Independencia, que es el periodo de consolidazión y expansión de la Escuela. Es el periodo de madurez de la misma, y en el caso valenciano de apertura a estratos sociales inferiores. Y por último la lenta transformación decimonónica que la llevó a la crisis definitiva que llevó a su desapirición a finales del siglo XX, periodo que queda fuera del marco cronológico que hemos planteado en la tesis. El estudio histórico presenta dificultades casi insalvables por la limitación de las fuentes. Hemos centrado el mismo en el análisis de dos momentos clave. El periodo fundacional, que ha permitido trazar las fuentes de la espiritualidad de la Escuela que hemos descrito; y la Guerra de Sucesión, que nos ha permitido dilucidar cómo las graves tensiones sociales se vivieron a la luz de los ideales de la Institución.


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