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Estudio bio-bibliográfico sobre Ceferino Tresserra y Ventosa: Un soldado español de la república literaria universal del siglo XIX

  • Autores: Pablo Ramos González del Rivero
  • Directores de la Tesis: Francisco Caudet Roca (dir. tes.), Pura Fernández (codir. tes.)
  • Lectura: En la Universidad Autónoma de Madrid ( España ) en 2009
  • Idioma: español
  • Tribunal Calificador de la Tesis: María del Carmen Simón Palmer (presid.), José Luis Mora García (secret.), Ángela Ena Bordonada (voc.), Maurizio Fabbri (voc.)
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  • Resumen
    • La investigación realizada sobre la trayectoria bio-bibliográfica de Tresserra arroja el retrato de un genuino revolucionario idealista decimonónico; o lo que es lo mismo, de un sujeto sorprendentemente íntegro que logró acomodar a la perfección su conducta personal con sus discursos filosóficos y políticos. Seguramente en todas las épocas han existido personas valientes y cobardes, honestas y taimadas; pero algo peculiariza a los individuos del siglo XIX, y es que durante este periodo de constantes revoluciones y algaradas callejeras de signo político, de choque entre una nueva mentalidad liberal y un status quo que se resistía a ceder sus privilegios seculares, las ocasiones que se ofrecieron de demostrar con hechos objetivos dichas cualidades fueron abundantes. Tresserra no desperdició ninguna de ellas para demostrarse a sí mismo y a sus contemporáneos que sus encendidos discursos de fidelidad incondicional a la tríada revolucionaria ¿Igualdad, Libertad y Fraternidad- iban completamente en serio. Esto es, la retórica henchida de epopeyismo y cargada de apelaciones al heroísmo, al altruismo, al amor ilimitado a la libertad o a la patria, tan característica de los discursos políticos decimonónicos, y por supuesto de los escritos de Tresserra, en su caso no contenían, presuntamente, ninguna exageración. La rectitud de nuestro autor no constituyó un caso aislado ni extravagante, pero tampoco podría decirse que discurrió por los cauces de lo que resultaba habitual. El estudio de esta época permite asomarse a una nutrida variedad de conductas humanas. Esto es, también fueron muchos los correligionarios de Tresserra, que si bien no mostraron menor bizarría y arrojo en sus proclamas revolucionarias, con sus comportamientos se descubrieron bastante menos audaces y coherentes.

      A partir de los trece años aproximadamente, el catalán decidió supeditar su propio bienestar e integridad personal al servicio de la causa de la democracia. Ello le acarreará prolongados encarcelamientos y deportaciones; la contemplación de la muerte de muchos de sus correligionarios; la exposición de su propia vida a las balas de sus oponentes políticos; y el padecimiento de una penuria económica continuada. Tresserra convirtió su biografía en un via crucis consciente. El escritor y político asumirá alegre y resignadamente todo tipo de sacrificios para contribuir en la medida de sus fuerzas a que se difunda entre el pueblo español y europeo una mentalidad democrática, racionalista y solidaria; esto es, en el lenguaje del catalán, una moralidad republicana.

      Cabe destacar la unión que se observa entre los enunciados pedagógicos de los escritos de Tresserra ¿ en consonancia con las doctrinas democráticas del XIX que hicieron de la educación el primero de sus dogmas- con el modo en que vivió su militancia revolucionaria. La constitución de sociedades secretas dirigidas a la enseñanza de aquellos que no se la podían procurar, el estilo y formato deliberadamente didácticos de la mayor parte de sus textos y su integración en los clubes federales durante el Sexenio Democrático, instancias dedicadas a la instrucción y práctica de la política entre el pueblo llano, corroboran que el catalán plasmó con su trayectoria la consigna que era bandera de su movimiento: ¿la democratización de la sociedad solo es posible mediante la democratización del conocimiento¿.

      La integración de Tresserra en agrupaciones de dimensión europea y vocación universalista se manifiesta fehacientemente también en varias de sus experiencias vitales. Por ejemplo, en su viaje a Italia en 1857. Allí trabó contacto con los grupos revolucionarios de Giuseppe Mazzini, el teórico de la democracia europea más importante de la época. A su regreso a España, el catalán puso en funcionamiento una cédula de la sociedad secreta de Mazzini; de modo que trató de inculcar al modelo español de sociedad secreta revolucionaria el sesgo pedagógico que poseían las organizaciones conspirativas italianas. Pero el suceso que resulta más elocuente es el alistamiento de Tresserra en el ejército garibaldino para combatir en la guerra franco-prusiana de 1870. Máxime si tenemos en cuenta que él fue el único miembro del Partido Republicano español de cierta veteranía e importancia que formó parte de la avanzada de nuestro país. En Francia, Tresserra convivió con republicanos de medio mundo que desinteresadamente decidieron jugarse la propia vida en pos de los principios democráticos que amenazaba el ejército alemán. Como consecuencia de su participación, Tresserra resultó herido y asistió a la muerte de muchos otros idealistas españoles hoy absolutamente ignorados de todos, y que decidieron sacrificarse en tierra extranjera por el triunfo de la República Democrática Europea.

      Respecto a la carrera literaria de Tresserra, puede decirse que durante la década de 1860, nuestro autor se erigió como el máximo representante de la narrativa democrática española. La difusión entre el público patrio de su obra se aprecia principalmente en un hecho: la inclusión de una de sus novelas, La judía errante, en el Índice de libros prohibidos del Vaticano; de modo que, junto a Wenceslao Ayguals de Izco, único español del elenco, y los franceses Eugène Sue, Stendhal o Balzac, formará parte del reducido grupo de novelistas decimonónicos que resultarán destacados por la jerarquía católica en atención a su peligrosidad ideológica y a su ascendiente entre los lectores de su país.

      En suma, a despecho de los recelos y escrúpulos que como cabales seres humanos de nuestra época nos asaltan al usar semejantes términos, no nos queda más remedio que etiquetar a Tresserra como un héroe o mártir de la democracia española.

      Respecto al capítulo segundo, que hemos dedicado al ideario filosófico y político del catalán, puede concluirse que su exposición contribuye a enriquecer los estudios existentes sobre el hegelianismo español decimonónico. El caso de Tresserra pone de relieve que resulta posible encontrar numerosos matices en las escuelas del idealismo patrio, las cuales tradicionalmente vienen siendo catalogadas monolíticamente como extrapolaciones sistemáticas de modelos extranjeros y mediante clasificaciones reduccionistas, como la que establece la difundida dicotomía entre hegelianos de izquierda o de derecha.

      En las manos de nuestro autor, los principios racionalistas e idealistas no parece que adopten visos de originalidad, pero tampoco podría decirse que abracen sin más un referente concreto. Su pensamiento se construye a partir de un rico y variado haz de influencias que Tresserra adapta al contexto español, y que van desde las doctrinas de socialistas utópicos como Owen, Cabet o Fourier, hasta el materialismo de Feuerbach o el positivismo de Comte.

      La concepción filosófica de la historia de Tresserra tiene su eje en la ley de la solidaridad humana. En la carrera de los siglos, las sucesivas generaciones van legando a las siguientes los adelantos llevados a cabo por la razón, de modo que las distintas épocas forman estadios de conocimiento que tienden a acumularse. El absoluto de la razón resulta inasequible al hombre individual, pero no al hombre-especie considerado en una dimensión diacrónica que no tiene fin. Tresserra parte de la convicción de que el progreso continuado de la humanidad hacia su perfeccionamiento social y moral constituye una ley de la naturaleza. El motor dialéctico de este progreso es para Tresserra la libertad del individuo. Esta constituye el atributo esencial de la condición humana, y de ella derivan una serie de derechos naturales que, en sustancia, son aquellos que permiten a cada persona alcanzar sus fines en la tierra: vivir, alimentarse, reproducirse y desarrollar la propia autonomía intelectual. Por consiguiente, los derechos aparecen como inherentes a la personalidad humana, esto es, son absolutos y ahistóricos; pero no sucede lo mismo respecto a las libertades, cuyo imperio depende de numerosos condicionantes socio-históricos. Así, las relaciones que se establecen entre las libertades del individuo y el derecho positivo explican y resuelven todas las contradicciones existentes. Del mismo modo que los encuentros y desencuentros entre ambas instancias a lo largo de la historia evidencian el camino del progreso.

      El conjunto de ideas que expone Tresserra, ya sean estas del orden político, filosófico, religioso o incluso económico, forman un conjunto interrelacionado e inseparable que se articula en torno a un concepto: la democracia. Este es el sistema que demanda la razón, es la meta del progreso de su época y la plataforma del progreso del futuro; es la verdadera religión, y también es la conquista de la justicia en todas las esferas de la vida humana. La ciencia y la filosofía modernas han conducido hasta ella, y solo a través de ella pueden prosperar. Y así como la fórmula de la libertad es la democracia, y a su vez la fórmula de la democracia es la República, Tresserra postula que la fórmula de la República Democrática, en su prístina esencia, es el sistema federativo.

      El escritor se contó entre los pocos republicanos individualistas de importancia que pusieron en circulación un proyecto de organización federal para el Estado. La visión tresserriana de la República Federal gira en torno a dos premisas básicas: descentralización del poder público en entes municipales, provinciales y nacional; y garantía de la inviolabilidad de los principios democráticos fundamentales y de los derechos y libertades del hombre a través de una Constitución común e ilegislable. A diferencia del federalismo estrictamente pimargalliano, que incide en la comunidad municipal como base de la sociedad, el de Tresserra pone su acento en la institución familiar. Para nuestro autor, la convivencia entre los individuos se funda en la base que establecen tres principios: pacto, propiedad y familia, Esta tríada debe informar la organización política del Estado, cuyo estatus jurídico, en caso de conflictos con intereses particulares, no es privilegiado.

      Entre los aspectos más destacables del ideario tresserriano se sitúa el agnosticismo que exhibió en sus escritos, y que resulta original en el panorama español de la época. Tresserra encomienda a la razón humana y a las ciencias experimentales la facultad de establecer los criterios de lo verdadero y lo falso. Pero ambos instrumentos encuentran límites en la condición finita de los individuos y en la condición infinita de lo existente, de modo que numerosas cuestiones forzosamente quedan fuera de la jurisdicción del conocimiento. Respecto a estas, como es el caso de la existencia o inexistencia de una divinidad, el catalán postula que mientras no se cuente con datos fehacientes es preferible ignorarlas.

      También merece reseñarse el hecho de que Tresserra trata de construir con sus ideas un discurso didáctico, esto es, que resulte accesible a todos los entendimientos. Sus novelas, catecismos, dramas, cuadros sinópticos y artículos periodísticos se configuran a sí como una traslación al lenguaje e imaginario del grueso de la población de conceptos y conocimientos de todo orden normalmente inasequibles a sus posibilidades.

      El primer bloque del trabajo lo cerramos con el capítulo tres, en el que se analiza el proceso historiográfico que condujo al desconocimiento de Tresserra. Aquí hemos tratado de explicar, por un lado, las causas de esta marginación; y, por el otro, de mostrar las aportaciones que pueden derivarse de la comprensión de su figura para los estudios del periodo. Así, de la investigación realizada hemos extraído una serie de conclusiones sobre el modo en el que se ha venido construyendo la memoria del movimiento republicano decimonónico.

      El abundante corpus bibliográfico de carácter historicista que produjo la monarquía alfonsina para interpretar la historia de España causó el efecto de desterrar de la memoria colectiva del país a personajes como Tresserra. Y ello ante todo porque la interpretación negativa que aplicaron sobre su antecedente histórico ¿la Primera República- necesariamente adquirió una perspectiva maximalista, ya que no se buscaba condenar la actuación de ciertos individuos, sino la de toda una cosmovisión en su conjunto: la laica republicana. Para tal fin bastaba con concentrar la representatividad de lo que en realidad había sido un complejo y variado movimiento ideológico en unos pocos personajes que lo simplificaban. Castelar y Pi y Margall fueron los dos republicanos más señalados para ello, tanto por su protagonismo durante el Sexenio como por el que habrían de ejercer durante la Restauración.

      En todo caso, la mayor parte de la responsabilidad de que Tresserra poco a poco fuese quedando fuera del relato político y cultural de la época recayó en el modo en que sus propios correligionarios, que eran los tutores naturales de su memoria, urdieron el recuerdo de su derrota. Durante la Restauración se formaron hasta cuatro agrupaciones de signo republicano, al frente de las cuales se colocaron ex presidentes como Ruiz Zorrilla, Salmerón, Castelar y Pi y Margall, cuyas relaciones personales y políticas habían salido muy deterioradas de la experiencia del 73. Cada una de los partidos contará con su correspondiente pléyade de propagandistas e historiadores, que editan periódicos y publican libros dirigidos a ofrecer una versión de lo que ocurrió exculpatoria y justificativa de la actuación de los respectivos líderes. Pero sus textos no solo se dirigirán a dirimir responsabilidades pasadas, sino que se proyectarán hacia las disputas políticas del presente desde el que se elaboran. De modo que proselitismo, personalismo, revanchismo y diletantismo, serán las notas que caractericen a la historiografía republicana surgida al calor de su fracaso al frente del gobierno.

      Las relaciones personales entre republicanos, los apoyos y adscripciones políticas que establecen entre ellos durante la Restauración, desempeñan por lo tanto un papel determinante en la construcción de la memoria. Personajes como Figueras, Orense, Joarizti, García López, Tressera y muchos otros republicanos destacados en la historia del Partido que, durante la Restauración y por distintas razones, desparecerán de la escena política, no participarán en la elaboración del recuerdo; consecuentemente, su huella tenderá a borrarse.

      Las circunstancias en que se produjo la muerte de Tresserra en 1880, en medio de un luctuoso silencio impuesto por el gabinete de Cánovas, que mantiene una feroz censura contra toda manifestación de republicanismo, tampoco ayudó a la posterior reivindicación de su figura dentro del movimiento. El hecho de que entre 1875 y 1880 Tresserra no se hubiese decantado por ninguna opción republicana cimentó aún más su orfandad política: el catalán tan solo resultaba representativo del fracaso pasado de la experiencia republicana, que en aquel momento hasta sus propios protagonistas trataban de olvidar. A ello habría que sumar que la carrera política de Tresserra en el seno del Partido Demócrata se había definido por su independencia de criterios y la crítica continua a los personalismos, lo que fue alejándoles paulatinamente de los círculos de poder de su Partido. De este modo, el catalán constituía sobre todo un referente de la masa federal identificada con la intransigencia, que será precisamente la más vilipendiada por el común de los historiadores republicanos y que carecerá de una corriente sólida y propia de propagandistas.

      Fundamentalmente, dos son los aspectos que pueden destacarse en la trayectoria de Tresserra que colisionan con los esquemas explicativos tradicionales. En primer lugar, su valor como representante de un ala del movimiento federal volcada en la misión pedagógica y en la consiguiente forja de un humanismo popular. Pese a la derrota política de los federales, gracias a labor de difusión y agitación cultural desempeñada durante décadas por figuras olvidadas como la de Tresserra, se fue creando un movimiento interclasista que consiguió aglutinar a una parte importante del país y crear una nueva alternativa cultural, ideológica y vital en torno a los valores democráticos. La cual, además, disfrutará de un considerable y longevo arraigo entre la población española. Todo ello desmiente un muy difundido cliché historiográfico que arranca de ciertas corrientes marxistas que, inmersas en la disputa del apoyo popular con otros agentes ideológicos, como el liberalismo democrático, querrán arrogarse en exclusiva la representatividad de este estrato social. Uno de los puntos fundamentales de su crítica hacia lo que denominaban democracia burguesa lo constituía la dejación pedagógica, esto es, acusaban a los federales de mantener deliberadamente en la ignorancia al pueblo, en coherencia con la preconización de la lucha de clases como motor dialéctico de la historia. El enorme influjo del pensamiento marxista durante gran parte del siglo XX propiciará una interpretación acorde a estas pautas, incluso en sectores no adscritos a estas escuelas, de manera que se mutilarán del relato de lo acontecido numerosos fenómenos que contradigan esta versión. De entre ellos destaca la minusvaloración del discurso pedagógico construido por los republicanos decimonónicos, que, en realidad, como vienen a demostrar el recorrido vital y el legado intelectual de personajes como Tresserra, habían hecho de la universalización del conocimiento la piedra angular de su doctrina.

      De acuerdo con estos esquemas interpretativos del republicanismo del XIX, figuras como la de Tresserra resultaban inexplicables. De hecho, el estudio de la trayectoria del catalán descubre una novedosa tipología de político del periodo que resulta inasequible a los estereotipos forjados para clasificar a los federales de la Setembrina: o bien el de radical intransigente y violento, o bien el del intelectual desconectado de la realidad. Uno de los rasgos que singularizan a Tresserra es la posición intermedia que ocupó entre los cuadros dirigentes del Partido y la base popular. Numerosos episodios de su vida nos lo muestran moviéndose con naturalidad entre las distintas esferas, en coherencia con su mentalidad democrática y su vocación pedagógica. El acercamiento a la vida de Tresserra como decíamos nos ofrece asimismo un ejemplo de entrega incondicional y absoluta por una causa ideológica. Sus luchas, sacrificios y padecimientos personales son la encarnación de otra cara del idealismo, que contrasta con la esperpéntica imagen que nos devuelve el apelativo de idealista aplicado a los republicanos de La Gloriosa, y que es producto de la acumulación de tópicos históricos adversos.

      En segundo lugar, nuestro escritor resulta ser también exponente español de un prototipo de revolucionario transnacional que Pura Fernández ha venido designando como soldados fieles de la prensa y de la República Europea. Tales sujetos compartían una serie de rasgos: eran republicanos de firmes convicciones democráticas, avezados en la escritura y la acción revolucionaria, procedentes sobre todo de un país latino y decididamente inmersos en proyectos políticos de vocación universalista. Aspecto este que resulta ser uno de los menos atendidos por la historiografía sobre el movimiento democrático decimonónico, tanto a escala nacional como internacional.

      El segundo gran bloque que constituye nuestra investigación, y que se corresponde con los tres últimos capítulos de esta tesis, los hemos dedicado a analizar tanto la obra narrativa de Tresserra en el contexto histórico cultural en el que se desarrolló, como el proceso historiográfico que ha venido labrando su marginación también en esta faceta.

      De la investigación realizada podemos concluir que el paradigma crítico en torno a la literatura de folletín decimonónica se ha construido a lo largo del siglo XX a partir de una especie de deformación del código artístico, como su reverso; aunque se explica y percibe como una estructura asimilable a coordenadas precisas y coherentes. Las notas que caracterizan a esta narrativa, por oposición a la canónica, son las de mercantilización, anti-artisticidad y conformismo ideológico.

      En el trabajo hemos tratado de evidenciar el reduccionismo e inexactitud de estos juicios respecto a una buena porción de la novelística popular del XIX. Para ello nos hemos fijado en el contexto histórico, político, sociológico y cultural en el que se ha ido fraguando este modelo crítico; el cual ha dado como resultado la sustitución del estudio riguroso de ciertas obras literarias a partir de la apreciación de algunos de sus rasgos externos, como las circunstancias de publicación, su temática, su volumen o su aceptación entre un gran público, por la forja de una serie de pautas y etiquetas literarias de aplicación automática.

      En especial, hemos dirigido la mirada al desarrollo de este proceso en España. Dos son las características básicas que definen al canon literario español forjado a partir del siglo XIX. Por un lado, se aprecia que es más ideológico que literario, lo que determina que en la selección de autores desarrolle un papel determinante su adecuación a los discursos identitarios de los ocupantes del poder político; y, por el otro, es un canon que, como dice Mainer, expresa un ¿escaso acuerdo de la literatura española consigo misma¿; es decir, se trata de un canon ¿que a menudo se ha basado sobre la negación política e histórica de una parte de su propia tradición estética¿ (1994: 24).

      Ese ¿desacuerdo de la literatura española consigo misma¿ se manifestará en modo diáfano en el uso abusivo que se hará de la separación entre paraliteratura y literatura aproximadamente a partir de 1870. Desde ciertos sectores del sistema literario, coincidiendo con la atmósfera de exaltación intelectual que produce La Gloriosa, se comienza a elaborar la tesis del renacimiento de la novela española. Para sostener este discurso era necesario partir de dos premisas: primera, que la anterior narrativa española había sido una ruina; y segunda, que existía una nueva generación señalada para fundar una nueva novelística patria.

      La campaña que emprendieron los miembros de la llamada generación del 68 contra la novela popular se fundó en gran parte en una retórica nacionalista. Se proclamó que la ausencia de una narrativa propia constituía una imperdonable falla de nuestra cultura respecto a la de los vecinos europeos. Discurso que enlazaba con el sentimiento de atraso general de España en todas las demás disciplinas, no solo artísticas, respecto al resto del continente, y que impregnó la actividad de nuestros intelectuales a lo largo del siglo XIX. De este modo, la percepción de una anomalía patria, abonada por la sensación de decadencia que se va apoderando del país a medida que pierde jerarquía en el escenario mundial, condiciona y se vincula con la elaboración de la historia de la literatura nacional. Lo que, en cierto modo, será aprovechado por una nueva hornada de escritores como reclamo para la aceptación de sus obras.

      Otra parte indisoluble y consecuente del discurso con el que los nuevos autores buscaron introducirse en el sistema literario lo constituía la propagación de la idea del nacimiento de una nueva estética que rompía con todo lo conocido. Así, proliferaron las proclamas de autoafirmación artística, en forma sobre todo de manifiestos, artículos y ensayos literarios, dirigidos a postular una ruptura radical respecto a las poéticas anteriores. El realismo aparecerá como el membrete de esta supuesta revolución literaria, que se colocará bajo la égida filosófica del positivismo. Se fragua así una suplantación de etiquetas, positivismo y realismo, por idealismo y romanticismo. Las nuevas divisas se presentan ante todo como antagónicas de las anteriores. Los escritores de la naciente generación proclaman la necesidad de que las novelas se fijen en la realidad contemporánea, que entren a analizarla y retratarla; y, sobre todo, abominan de los golpes de efecto y el tono melodramático y fantasioso que, a su juicio, define a la narrativa isabelina.

      Asimismo, tal construcción se realizó enarbolando la bandera del ¿arte por arte¿, en coincidencia con lo que sucedía por entonces en Francia, donde una nueva generación representada por Flaubert o los Gouncourt proclamaba la independencia de la literatura respecto del mercado, es decir, de las exigencias del gusto del público mayoritario. Estos grupos de novelistas, tanto los franceses como los españoles, reunían una serie de rasgos comunes: procedían de provincias, estaban en posesión de una cultura humanística considerable pero veían frustradas sus expectativas de integrarse en el aparato burocrático del poder, plataforma desde la que se accedía al ruedo literario. Esto es, puede sostenerse que la proclamación de la autonomía del arte respecto a todos sus condicionantes, no nacía tan solo de un programa estético, sino también de la imposibilidad que encontraron estos escritores para desarrollar su carrera.

      Por lo tanto, tres notas caracterizaron la irrupción de los Galdós, Clarín o Pardo Bazán en el panorama literario de su época: el uso de una retórica nacionalista, la postulación de una nueva poética radicalmente opuesta a la hasta entonces existente y la proclamación de la independencia de la literatura respecto a los designios del mercado. La posterior canonización de la escuela que representaron supuso la adopción por parte de los historiadores de la literatura del relato crítico que habían elaborado. En adelante, la narrativa isabelina será observada como un periodo vergonzante para las letras del país; incluso durante mucho tiempo circulará la idea de que durante el siglo XIX en España no habían existido obras que mereciesen el calificativo de novelas hasta la década de 1870. Ello ocurrirá porque, de acuerdo a la tesis de los autores de la generación del 68, la novela moderna solo podía ser definida a partir de la asunción de la poética realista. Por lo tanto, desde este lugar crítico, se negará a otras tipologías narrativas la condición de novelas, y del mismo modo se trasladará la idea de la ausencia de todo rasgo realista en las producciones literarias anteriores. Por último, la dicotomía que establecieron entre literatura verdadera y literatura mercancía supondrá que toda la novelística ajena a su escuela, especialmente aquella que disfrutaban de un amplio éxito entre el público, fuese expulsada del recinto de lo artístico.

      En definitiva, cabe apuntar que numerosos factores que se hallan presentes en los debates literarios nacionales entre 1850 y 1870, etapa en que Tresserra escribe su obra, se reactivarán o continuarán vigentes veinte años después. Se discute en ambos periodos sobre la necesidad de crear una narrativa esencialmente española divorciada de unos moldes extranjeros, y también se repiten polarizaciones como las del arte por el arte o la tesis política, o como las de espiritualismo o materialismo. Sobre todo, tanto en el decenio de 1860 como en el de 1880, se produce una gran cantidad de novelas que tienen su referente creativo en la realidad contemporánea. Serán luego las etiquetas literarias forjadas interesadamente por grupos de escritores y por ciertas metodologías críticas las que tenderán a crear lugares teóricos de imposible pureza. O lo que es lo mismo, la cesura radical proclamada respecto a la narrativa isabelina, luego subsumida bajo la etiqueta de folletinesca, resulta ser interesadamente falsa.

      Así, de acuerdo con estas pautas, en el capítulo cinco articulamos un nuevo marco desde el que enfocar la literatura de folletín del XIX. El eje de nuestra exposición lo ha constituido uno de los factores que consideramos cardinales de una buena parte de esta literatura: su didactismo. Y ello porque consideramos que la narrativa de Tresserra es una muestra inmejorable de como muchas novelas de literatura popular, en contra de lo postulado por la historiografía literaria, se configuraban fundamentalmente como instrumentos de educación de la ciudadanía en los valores democráticos.

      En nuestra opinión, la ocultación de esta veta de gran parte de la literatura social del XIX se explica por diversos factores, como los intereses de la escuela del naturalismo y su posterior canonización o como la influencia de la doctrina marxista. La mercantilización de las obras aparece de esta manera como la idea base que explica y determina todos los rasgos estéticos, ideológicos y sociales de la narrativa popular. Traducido a la imagen panorámica que se formará sobre este tramo de la historia de la literatura, que se extiende entre 1840 y 1870 aproximadamente, es que la novela se convierte en una mercancía más. En este cuadro general, las intenciones humanitarias que proclaman los más afamados escritores, que a menudo por su éxito se convierten también en los más adinerados, quedan bastardeadas sin solución. Los románticos sociales serán juzgados en el futuro en cuanto estetas, bajo el prisma además del radical antimelodramatismo de las poéticas realistas, obviando que sus intenciones habían sido primordialmente las de educar al pueblo, por lo que habían tratado de adecuar sus medios expresivos a la mentalidad, gustos y posibilidades de este. Es decir, se mutila del estudio factores decisivos de su poética que al cabo desfiguran cualquier análisis estético o ideológico. Estos últimos, hemos visto que no han faltado, aunque han sido realizados comúnmente con los parámetros de la ideología marxista, naturalmente hostiles. Nuestro cometido aquí ha sido por lo tanto el de enfocar la literatura de la época desde este ángulo pedagógico y proselitista que también admite, y que hemos considerado como el más apropiado para entender la narrativa de escritores como Tresserra.

      El uso de la narrativa como instrumento educativo de la ciudadanía fue un fenómeno europeo que tuvo su origen en Francia, desde donde se extendió luego al resto de países. La propagación de los folletines sociales causó una alarma inusitada en todo el continente. Los novelistas visitaban con frecuencia la cárcel, sus editores afrontaban enormes multas y los lápices rojos del censor mutilaban obras enteras. El estallido simultáneo en 1848 de una revolución bajo consignas democráticas en varios países europeos, entre ellos España, supondrá el recrudecimiento de las medidas represivas sobre la libertad de imprenta; la literatura será una de las principales damnificadas. Numerosos testimonios de la época, procedentes de los más variados estratos sociales y sectores ideológicos, señalaron como responsable primero de las revueltas y exigencias democráticas a la difusión de cierta literatura de folletín. Sin embargo, a medida que se vaya construyendo una imagen paródica de este género de literatura, todo ello irá pasando progresivamente desapercibido para la historiografía y para la crítica.

      De este modo, en la investigación hemos detectado la presencia de legiones de novelistas -hoy absolutamente olvidados- que siguiendo las pautas narrativas establecidas por estos modelos triunfantes usaron la literatura como un instrumento más de lucha en su apostolado democrático. Podemos afirmar que el conocimiento de este fenómeno oculto constituye una plataforma inexcusable de estudio para comprender cabalmente el movimiento democrático del siglo XIX; así como los precedentes y fundamentos históricos que en la actualidad conforman la Unión Europea.

      En España, este movimiento democrático-literario tuvo un importante arraigo. No obstante, como sucedió en el resto de Europa, la ola de represión desatada por el Gobierno a raíz de las revoluciones de 1848 mermó considerablemente el número de novelistas dispuestos a arriesgar su bienestar en aras de un ideal político. La instauración de una férrea legislación para la represión política y restrictiva de la libertad de imprenta no solo afectó a los escritores, sino también a sus editores, que corrían el peligro de ver arruinados sus negocios por las multas que imponía la censura. En la tesis, nos hemos acercado al grupo de literatos y editores que, pese a los obstáculos que encontraron para divulgar su credo democrático, decidieron desafiar este estado de cosas. Tresserra es por lo tanto una figura altamente representativa de este colectivo, al igual que lo son editores como Salvador Manero o López Bernagosi, ambos afincados en Barcelona, de cuyas prensas salió la mayor parte de la novelística de nuestro autor.

      Las peculiaridades de la situación política de España respecto a otros países europeos, cuyas conquistas democráticas serán considerablemente mayores, supondrá que los soldados fieles a la prensa y a la República prolonguen sus actividades durante más tiempo, y que estas vayan adquirieron contornos propios.

      En nuestro país, la reivindicación de la universalización de la enseñanza y de su laicización se encontró con la enconada oposición de la Iglesia católica, cuyo estatus privilegiado como religión oficial del Estado la dotó del dominio y control de la educación. Ello propició que los republicanos, portadores de una cosmovisión que colisionaba con cualquier ortodoxia religiosa, buscasen otras vías por los que llegar a la población, toda vez que la libertad de asociación se encontraba fuertemente reprimida.

      De un lado, la imposibilidad de establecer escuelas que se desviasen de la doctrina católica y, de otro, los estrechos márgenes para la divulgación de pensamiento que dejaba la legislación sobre la imprenta, fueron factores decisivos que impulsaron a buscar alternativas proselitistas a los propagandistas de la democracia. La literatura en general, y la novela en particular, apareció como el medio más adecuado para lograr estos fines. En primer lugar, porque a las autoridades no les resultaba posible prohibir toda la literatura en bloque, como si habían podido hacer con las asociaciones obreras. En segundo lugar, el carácter ficticio de la escritura literaria ponía a disposición de los autores subversivos todo un catálogo de estrategias metonímicas con el que burlar la censura, lo cual resultaba mucho más difícil de conseguir a través de la prensa. Y, en tercer lugar, porque gran parte de la población lectora, incluso también parte de la analfabeta a través de las lecturas colectivas, consumía novelas.

      Por lo tanto, en el último capítulo de nuestro trabajo, entramos a analizar la obra de Tresserra a la luz de las directrices trazadas en los anteriores apartados, esto es, a partir de su condición de literatura ¿apostólica y de propaganda¿.

      Para dar cauce a sus dos inquietudes primordiales: de un lado, mostrar la realidad y analizarla, misión del artista; y, del otro, explicar los vicios y proponer remedios virtuosos, misión del filósofo; el Tresserra novelista, que amalgama ambas facetas, desarrolla un formato narrativo que denomina ¿Novela filosófico-social¿. El rasgo más característico de esta tipología es el cóctel de géneros de escritura que hallamos en ellas. Los artículos periodísticos, cuadros costumbristas, ensayos políticos, científicos o filosóficos aparecen entrelazados, intercalados o injertos improvisadamente en una narración folletinesca que actúa como cauce de un sinfín de informaciones y enseñanzas. La novela se convierte en manos de Tresserra en una vasta síntesis de todos los géneros de escritura posibles; dirigidos, además, a satisfacer cualquier necesidad, ya sea intelectual o psicológica, que se les pueda plantear a sus lectores: instrucción, conocimiento, crítica, entretenimiento, curiosidad, emoción, catarsis, etc.

      A la postre, la colección de novelas filosófico-sociales de Tresserra constituye, tanto en su forma como en su contenido, una perfecta síntesis de la labor propagandística llevada a cabo por los demócratas españoles a lo largo del siglo XIX. Por un lado, porque la mezcla de géneros a partir de la cual se tejen las novelas de nuestro autor ofrece un sumario de todos los formatos usados por los republicanos españoles para divulgar sus doctrinas; y, por otro lado, porque el catalán suministra en ellas un repertorio casi exhaustivo de los discursos, temáticas, mitos, reivindicaciones y demás elementos que conformaron el ideario revolucionario del movimiento.

      El hibridismo de las novelas de Tresserra responde a su adscripción a la peculiar trayectoria tomada por la novela española desde la década de 1840. Tres parecen ser los rasgos característicos de nuestra literatura social: el tratamiento de la realidad de las distintas esferas de la sociedad, la vocación de convertirse en plataforma de propaganda ideológica e instrumento de educación para los ciudadanos y, por último, la mezcolanza desacomplejada de géneros dispares de escritura. Rasgos que se complementan con el catálogo de personajes, escenas, ambientes y temáticas popularizados por los novelistas franceses entre el público español, y que los escritores patrios adaptan a las circunstancias nacionales.

      En nuestro trabajo hemos tratado de señalar que varios autores carismáticos de la novelística decimonónica española ocupada en temas sociales, como Ayguals de Izco, Tresserra, López Bago y Blasco Ibáñez, trazan la columna vertebral de lo que parece haber sido un sólido y heteróclito corpus narrativo, que abarca como mínimo siete décadas y cuyas variantes, ramificaciones y modelos se hallan a la espera de ser estudiados con profundidad desde una óptica renovada.

      En cuanto a la arquitectura de la narrativa de Tresserra hemos postulado que el autor dota de contenido filosófico-social a sus obras mediante dos procedimientos fundamentales: la urdimbre de una trama novelesca metonímica y la inserción de documentos extraños a la ficción. En todo caso, el análisis de la estructura, personajes y tramas de sus obras a lo largo del tiempo permiten apreciar una evolución de su poética. En las primeras producciones destaca la preeminencia de los textos exógenos; el autor tiende a convertir sus novelas en revistas científico-literarias. Pero el éxito de Tresserra entre el público con Los misterios del Saladero (1860), La judía errante (1863) o El poder negro (1863), donde abundan los ensayos políticos y filosóficos autónomos, parece ser que agudiza la vigilancia y control de la censura sobre el contenido ideológico de sus novelas. En obras siguientes, como Los hipócritas (1864) o La mujer ajena (1865), se aprecia que la estrategia de Tresserra para burlar a la censura es la de configurar textos cada vez más literarios, es decir, donde progresivamente se va reduciendo la presencia de los escritos divulgativos; lo que le lleva a cargar los discursos didácticos y propagandísticos sobre personajes y tramas.

      Esta circunstancia parece desvelarnos un aspecto desconocido de la práctica censoria durante el reinado isabelino. La profusión de novelas que debían ser objeto de la perquisición de los censores les llevaba a fijar un número dado de entregas a partir del cual la vigilancia tendía a relajarse o sencillamente cesaba. Eso parece indicarnos la composición de la práctica totalidad de las novelas de nuestro escritor. Casi sin excepción, cuando Tresserra ha dispensado unas cuatrocientas páginas ¿ lo cual se corresponde aproximadamente con la mitad de un folletón típico de la época- tanto el contenido como la composición de sus novelas experimentan significativos virajes. El discurso político tiende a hacerse más explícito o las tramas que en principio parecían insustanciales descubren en su matriz una estrategia metonímica dirigida a denunciar déficits democráticos. Todo ello parece responder a una muy estudiada táctica del catalán y de sus editores.

      Otro de los aspectos estructurales que deben destacarse de la narrativa de Tresserra lo hallamos en la composición de sus personajes protagonistas. En el trabajo tratamos de demostrar hasta qué punto el paradigma negativo construido en torno al folletín, sobre todo en lo que atañe a su contenido ideológico, se ha basado en ciertos moldes críticos extraordinariamente esquemáticos acerca de la naturaleza de los personajes de la novela popular. Marx y Engels, con sus críticas a los Rodolphe o Fleur de Marie de Los misterios de París (1842) de Sue, inauguraron una escuela que recorrería largo camino. En todo caso, nos hemos fijado principalmente en las tesis de Umberto Eco, ya que puede afirmarse que sus trabajos sobre la narrativa popular del XIX han creado la base teórica sobre la que se han construido las críticas a la novela popular europea en los últimos cuarenta años. Según el semiótico italiano, la figura del héroe de los folletines, que denomina superhombre, desarrolla un papel estructural de primera magnitud que es precisamente el que determina el falso radicalismo de las novelas suescas y la de sus epígonos. Eco dice que la narrativa popular, si bien enseña que existen contradicciones e injusticias sociales, también enseñan que existen fuerzas que pueden sanarlas, pero como son tan fabulescas como la que encarna el Rodolphe de Los misterios de París dicha circunstancia anula cualquier subversividad real. La estructura narrativa del folletín, al estar basada en la ininterrumpida sucesión de crisis y sus correspondientes soluciones, se convierte de este modo en una máquina gratificatoria del lector. Observa Eco que todos los superhombres son ¿superburgueses¿ extraordinariamente dotados de inteligencia, moralidad, astucia, fuerza y.... dinero. Se caracterizan también, dice Eco, por decidir por cuenta propia qué es lo que le conviene a la plebe oprimida y como debe ser realizado; es decir, contemplan al pueblo desde un punto de vista autoritario y paternalista. El superhombre se limita a imponer su propio criterio de lo justo, destruye a los malvados, recompensa a las buenos, y reestablece la armonía quebrada En sus novelas, Tresserra se propone claramente voltear el paradigma del superhombre folletinesco; de manera que parece comportarse como un consciente enmendador de los Sue o Dumas. El ejemplo más acabado de ello lo encontramos en la figura del benefactor y filántropo David de El poder negro. David ni es un genio justiciero como el Rodolphe de Los misterios de París o el mismo Montecristo de Alejandro Dumas, ni un genio del bien como el Jean Valjean de Los miserables; si puede considerársele un genio, lo sería en todo caso de la pedagogía. Y, como es sabido, el gran logro de todo pedagogo es el de enseñar a cada cual a valerse por sí mismo, a alcanzar su propia autonomía; habilidades que demuestra David al frente de su sociedad secreta. Las hazañas del héroe tresserriano consisten por lo tanto en tender una mano a aquellos que la necesitan, ya sea en forma de ayudas económicas para activar un negocio, ya sea en forma de contactos con otra gente con la que intercambiar sus servicios. Los héroes de las novelas de Tresserra se dirigen precisamente a demostrar que resultan inútiles las actuaciones de los superhombres de los folletines, pues solo las reformas legales en sentido democrático pueden invertir las tremendas injusticias sociales que aquejan al país.

      En resumidas cuentas, las obras de nuestro catalán no están construidas a partir de la figura de un personaje atractivo, sino a partir del mensaje filosófico-social que quiere trasladar el autor. Anticipándose a la perspectiva crítica de los Marx, Gramsci o Eco, aprecia que el superhombre obstaculiza y desvirtúa un mensaje verdaderamente democrático, por lo que lo aparta. No por ello podríamos concluir que sus novelas dejan de pertenecer al género de la novela popular; y tampoco debemos llegar a afirmar que Tresserra es un cultivador extravagante o muy original del género. Ocurre simplemente que la naturaleza de esta narrativa es mucho más flexible de lo que ciertas fórmulas críticas, prejuiciosas y perezosas han tenido a bien conceder.

      En cuanto a las temáticas de la narrativa del catalán, en el trabajo hemos escogido tres líneas argumentativas preferentes a través de las cuales exponer el discurso propagandístico y educativo que Tresserra busca trasladar a sus lectores. En primer lugar, destaca el retrato adverso que realiza de la sociedad española isabelina en su conjunto. En la colección de sus novelas encontramos una recreación minuciosa, siempre desde su óptica democrática y por la tanto crítica, de las instituciones sociales y políticas que la componen, como la Monarquía, el aparato burocrático, la Administración de Justicia, el periodismo, el Parlamento, la Iglesia católica, la aristocracia, la burguesía e incluso las clases menesterosas. La hipocresía moral que, según Tresserra, caracteriza a la vida española es la que define la naturaleza y actuaciones de la mayoría de individuos que forman parte de estos entes sociales. De la misma manera, las invectivas hacia los vicios generalizados que observa tienen su contrapartida en la proposición de un universo moral alternativo que encarna la doctrina republicana. Así, nuestro autor, mediante las vicisitudes a las que somete a sus personajes se propone educar a sus lectores en la necesidad y justicia de instituciones como el jurado popular, el divorcio, el matrimonio civil o incluso el amor libre, En segundo lugar, otro de los motivos omnipresentes en la narrativa del catalán es la reivindicación del asociacionismo, prohibido durante la práctica totalidad del reinado de Isabel II. El derecho de asociación constituyó uno de los pilares básicos de las doctrinas revolucionarias del XIX; y a través de él, el catalán expone el resto de demandas democráticas, como la de la libertad de educación, el derecho a constituir escuelas extraoficiales, o la libertad de opinión, que conlleva la petición de fundar toda clase de partidos políticos. Asimismo, aquí cabe encuadrar la defensa y difusión que lleva a cabo el catalán de las sociedades secretas republicanas de la época. En varias de sus novelas encontramos un exhaustivo retrato del funcionamiento interno de estas y de las diversas clases existentes, todo lo cual a la postre conforma un documento histórico inédito que podría contribuir a esclarecer los aspectos oscuros que a menudo se aprecian en los estudios sobre la materia.

      Por último, la defensa de la igualdad de las mujeres es un tema transversal en la narrativa de nuestro autor. Para Tresserra la consecución de la autonomía e independencia femeninas en todas las esferas es un paso imprescindible para consolidar una España democrática. En este punto, el discurso del catalán puede afirmarse que se cuenta entre los más avanzados emitidos por español alguno durante el siglo XIX; para él, no hay justificación alguna para oponerse a la equiparación radical y absoluta de ambos sexos en todos y cada uno de los ámbitos sociales. En este sentido, destaca el riguroso análisis, mediante la aportación de datos, informes y estadísticas, que nuestro autor lleva a cabo sobre las condiciones laborales de las mujeres de su época.

      Para ir terminando esta conclusión nos permitiremos un juicio sobre nuestro propio trabajo. A medida que lo elaborábamos, de la pretensión planteada desde el inicio de analizar distintos procesos de construcción historiográfica se fue desprendiendo una importante consecuencia: la contemplación del condicionamiento que ejercen los contextos históricos en la interpretación de los fenómenos nos puso a cada paso ante esta misma circunstancia respecto a la labor que nosotros realizábamos. Factores como la bancarrota de las teorías literarias, el auge de los estudios culturales, la consolidación de un régimen democrático en nuestro país y su plena integración en el proyecto de construcción de la Unión Europea, no hay duda que han actuado como orientadores decisivos de los enfoques e interpretaciones que hemos vertido en esta exposición. Es decir, el habernos fijado en Ceferino Tresserra, y el modo en que lo hemos hecho, responde a unas coordenadas precisas que son fruto de la atmósfera en la cual se elabora nuestro trabajo.

      Así, debe apreciarse que descubrir y denunciar fallas y paradojas, o ver conspiraciones históricas en las que el mundo ha sido retratado del revés, donde todo se halla manipulado y todo debe rehacerse, si no viene acompañado de la conciencia de la relatividad de las propias opiniones, pone en riesgo al investigador de creerse de algún modo fuera o por encima de la historia. En este trabajo, para evitar caer en lo posible en tal actitud hemos escogido un camino que podría encuadrarse en los conocidos como estudios sobre historia de las mentalidades y de la cultura. Es decir, hemos tratado de analizar y comprender los elementos tratados a partir de una concepción de estos acorde a la que tenían sus contemporáneos. Pero sin olvidar que dicho filtro inevitablemente reflejaba nuestro concreto punto de vista. Es por ello que reconocemos de antemano la posible inexactitud o interinidad de una buena parte de nuestras apreciaciones.


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