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Tácito leído: prácticas lectoras y fundamentos intelectuales de la recepción de Tácito en la Edad Moderna

  • Autores: Saúl Martínez Bermejo
  • Directores de la Tesis: Pablo Fernández Albaladejo (dir. tes.)
  • Lectura: En la Universidad Autónoma de Madrid ( España ) en 2009
  • Idioma: español
  • Tribunal Calificador de la Tesis: Fernando Bouza (presid.), James S. Amelang (secret.), José María Iñurritegui Rodríguez (voc.), Xavier Gil Pujol (voc.), Julen Viejo Yharrassarry (voc.)
  • Materias:
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  • Resumen
    • La cita de Flaubert sobre esta línea indica la desactivación de los principales fundamentos de la recepción de Tácito en la edad moderna. En sí mismo, el fragmento rescatado de las obras de Tácito ¿que no es una cita exacta sino probablemente inventada o deformada por la transmisión hasta el punto de hacerla irreconocible¿ destaca por la poca importancia de su contenido. Apenas es posible encontrarle una utilidad, lo mismo que resulta difícil encontrar el por qué de su recolección. Las cosas empeoran cuando esa cita obtenida de segunda mano, a través de un previo diccionario médico, es reordenada por Flaubert para su diccionario. El efecto crítico apunta hacia la cadena de transmisión de «ideas recibidas» (e idioteces) y al conocimiento vacío que de ello resulta. La ironía ataca sin restricciones al procedimiento de recolección que está en la base de esta recopilación y de cualquier otro libro de lugares comunes.

      Se mantiene hasta nuestros días un cierto sentido de la ejemplaridad de la historia, pero se han esfumado las prácticas interpretativas de la edad moderna, las formas en que se lee el clásico han cambiado y el estatus epistemológico de esta actividad se ha alterado con esos cambios. Lo que ha desaparecido notablemente ha sido el procedimiento por el que Tácito «hablaba» en la realidad política del siglo XVII. El fin de la interpretación de Tácito en los términos empleados en el siglo XVII se solapa en realidad con el fin de las artes historicae, la teoría y método de lectura de la historia en que se sustentaba el valor de las enseñanzas de los clásicos para interpretar la realidad política. Este fin es difícil de datar, no corresponde con un acontecimiento singular o con una publicación concreta, y es una especie de muerte contra los propios principios del arte. Como ha señalado Anthony Grafton, que sitúa un punto de inflexión a fines del siglo XVIII, en parte, también «el ars historica se derrumbó desde dentro casi antes de que recibiera una forma canónica, pues la presión ejercida sobre él por los lectores que trataban hacer de trabajar los textos se hizo demasiado fuerte para las rudas pero efectivas herramientas, métodos y marcos de referencia que sus autores habían improvisado cuando construían el género, en su mayor parte provenientes de almacenes pedagógicos ya existentes» Los textos de Tácito permanecen a nuestro alcance, pero la desaparición de las prácticas y fundamentos intelectuales que he descrito a lo largo de estas páginas ha abierto una brecha entre nuestra posible lectura y las de la edad moderna, un hueco que esta investigación ha tratado de llenar de sentido. Gracias al redescubrimiento del lector desde posturas inicialmente teóricas, se ha desarrollado una historia de la lectura que ha ido descubriendo a lectores reales y testimonios físicos de la lectura. En tanto que actividad, la lectura ha dejado sus restos materiales en libros y otros artilugios del pasado. Sorprendentemente muchas de estas marcas están aguardando a quien las interprete, fijadas sobre libros y cuadernos de la época. Mi investigación me ha llevado a la constatación de que, a pesar de las dificultades, existe un campo documental de importancia e interés en lo que se refiere a anotaciones marginales y cuadernos de lugares comunes.

      He estudiado la recepción «física» de Tácito no sólo a través de esas fuentes, sino también con un análisis de las distintas ediciones y traducciones de su texto desde un punto de vista material. He explotado así las posibilidades que ofrecen al historiador los privilegios, aprobaciones, erratas, prefacios y otros «paratextos» y la información que proporcionan algunos frontispicios. También he prestado anotación a otros textos de acompañamiento menos considerados habitualmente, como índices, glosarios, apéndices de distinto tipo, tablas de contenidos o lugares comunes, apostillas marginales, anotaciones y comentarios. He hecho asimismo algunas consideraciones sobre la disposición de las páginas y sobre otros elementos tipográficos. Una constatación similar a la que anteriormente he hecho respecto a las anotaciones marginales es la cantidad de «cosas» a las que puede mirarse y la cantidad de ayudas a la interpretación que pueden pasarse por alto.

      Al igual que ocurre con la descripción de anotaciones marginales y otros rastros de lectura, un análisis de este tipo requiere minuciosidad. La atención prestada a cosas sin apariencia de importantes me ha conducido en algunas ocasiones a los confines de la descripción microhistórica, entendida como un análisis a una escala que desvela cosas invisibles a otros niveles2. No obstante, el nivel de detalle al que puede llevarse la descripción material de los libros es tan grande que resulta incompatible con la descripción de un fenómeno como la recepción de Tácito3. En este trabajo he mostrado las posibilidades que ofrece combinar una mirada más detallada sobre los libros y las lecturas del pensamiento político de la edad moderna con otra mirada más amplia, con la que he tratado de contextualizar el uso de Tácito en el discurso de la época. Acerca de las posibilidades que ofrece esta doble atención Ann Blair sostiene que para el historiador cultural una cuestión aparentemente tan de detalle como es la toma de notas de lectura «puede arrojar luz sobre las expectativas culturales y las prácticas materiales que son representativas de un contexto histórico particular y en el que puede mostrarse que los métodos de anotación contribuyen a dar forma a los modos de pensamiento y argumentación característicos de ese medio» Al no restringir la búsqueda a los lugares más habituales he conseguido identificar usos de Tácito que habían pasado desapercibidos hasta ahora, en parte por por falta de más trabajos historiográficos sobre el tema, pero también en gran medida por el tipo de aproximación con que se ha abordado la recepción de Tácito. En cualquier caso estoy convencido de que no resultará difícil ir encontrando nuevos testimonios de la recepción de Tácito en autores distintos de los reflejados en estas páginas, citas y usos del clásico repartidos por obras de diverso carácter. Sería igualmente posible, e incluso necesario ¿dado el carácter europeo del fenómeno¿, extender las comparaciones a otros ámbitos territoriales, entre los que no deberían faltar Italia, Alemania o Portugal. Probablemente pudieran encontrarse también algunas nuevas ediciones, traducciones, comentarios y libros de aforismos sobre Tácito, tanto impresos como manuscritos y nuevos testimonios del empleo de sus obras para interpretar la realidad política coetánea. En lo que he denominado «popularización» de Tácito, una categoría siempre difícil de acotar, he tratado de recoger algunos de esos usos más imprevistos, pero no menos indicativos de la recepción del clásico en la edad moderna.

      Su aparición en el teatro y la literatura, su uso por parte de personajes populares, la depuración de los personajes históricos en estereotipos y otras cuestiones relacionadas seguramente puedan ofrecer muchas nuevas indicaciones sobre la presencia de Tácito (en todos los significados) en la cultura de la edad moderna.

      En esta investigación he ampliado el campo de búsqueda de testimonios de la recepción de Tácito partiendo de la idea de que este fenómeno no debe circunscribirse a la interpretación del contenido de sus textos. He pretendido mostrar, en cambio, que para comprender el uso de Tácito en el pensamiento político de la época es imprescindible establecer un cierto contraste con distintas manifestaciones culturales del momento. En particular he tratado de mostrar la importancia de comprender la formación retórica y los métodos de lectura de tradición humanista para entender el modo en que se concibieron y organizaron las obras de pensamiento político en torno a los textos del autor clásico. Sin lugar a duda, este movimiento de ampliación parte de una inspiración teórica, pero se ha visto retroalimentado por los resultados de la búsqueda (como he señalado, sorprendentemente satisfactoria) de diversos testimonios de la recepción de Cayo Cornelio Tácito.

      Un movimiento similar de ampliación lo proporciona el esfuerzo comparativo que está presente en esta tesis, especialmente en su segunda mitad. La recepción de los textos de Tácito es un fenómeno a nivel europeo y aunque en ocasiones ha sido estudiada en un marco amplio (Schellhase, Stackelberg...) no siempre se ha sacado partido a las posibles comparaciones. En mi caso, el primer resultado de esa comparación ha consistido en mostrar los diferentes grados de atención que ha recibido a nivel historiográfico el estudio de la recepción de Tácito en España, Francia o Inglaterra. Algunas de estas diferencias se explican por el tipo de documentación conservada y el nivel de precisión que puede alcanzarse en cada caso, pero sorprendentemente la recepción francesa aparece al mismo tiempo como mucho más intensa que la de Inglaterra o España y mucho menos estudiada por los historiadores, exceptuando los esfuerzos de Jacob Soll.

      He mostrado asimismo las diferencias de ritmo en la recepción ¿más temprana en Francia que en España o Inglaterra¿ y algunos usos restringidos a un territorio concreto ¿destaca el caso de la Germania, prácticamente ausente en España¿. No obstante, los resultados de mi comparación tienden a señalar un número mucho mayor de semejanzas que de diferencias entre los tres ámbitos estudiados. La más notable de ellas se refiere al marco de referencia en el que constantemente se enmarca la recepción de la historia latina narrada por Tácito. He expuesto cómo en los tres casos es imprescindible ligar la lectura de Tácito a la revalorización de la historia como modelo de conocimiento para la acción política, y la comparación ha mostrado también una gran semejanza en las recomendaciones educativas de la época. Bodin, Mariana, Álamos, Wheare o Johnson compartían buena parte de los presupuestos que colocaban la historia entre las prioridades de aprendizaje para el dominio de lo político. La segunda gran similitud que surge de la comparación entre los tres ámbitos afecta al carácter polémico de la recepción de Tácito. No se encuentra ningún caso en que estén ausentes las voces críticas y además se observa un gran parecido en los distintos tipos de acusaciones que se vierten contra Tácito. La cuestión de la impiedad del autor y de la validez de los historiadores paganos en general aparece constantemente, lo mismo que las consideraciones acerca del contenido moral de los escritos de Tácito. En un plano distinto, el debate afecta, como he mostrado con repetidos ejemplos, a las distintas concepciones sobre la capacidad humana para comprender el desarrollo y el manejo de los acontecimientos políticos.

      Además de establecer las mencionadas comparaciones he tratado también de mostrar algunas «conexiones» entre esos tres ámbitos. El carácter general de la recepción del autor latino no se comprende, por ejemplo, sin una referencia al debate sobre el estilo de Tácito de finales del siglo XVI o a la mediación de las ediciones lipsianas. He mostrado asimismo cómo los argumentos a favor y en contra del clásico saltaban de un lugar a otro gracias a la circulación de libros y a la conciencia del carácter «europeo» del propio fenómeno de la recepción. También he detectado, a través de interesantes acusaciones cruzadas, la presencia de un entendimiento general de la definición de los límites de la actuación política. Estos cruces de acusaciones son en gran medida un reflejo de los debates sobre el valor de Tácito y de la historia. Su carácter es habitualmente más extremado porque no dan lugar a la creación de posturas híbridas, sino que se mantienen como armas en una confrontación que refleja las tensiones entre los distintos poderes europeos.

      Implícitamente, la comparación que he llevado a cabo contrarresta en algo el desequilibrio en el peso que tiene la monarquía española en la historiografía europea, cuya elevada participación en el discurrir evenemencial no se corresponde con la menor atención que ha recibido por parte de la historia del pensamiento político5. Jean-Frédéric Schaub ha indicado recientemente las conexiones entre el pensamiento político francés y el español, señalando igualmente los huecos que existen en la comprensión del pensamiento político europeo si se excluye de su desarrollo a la monarquía hispánica6.

      No es este el lugar para abrir un viejo debate sobre la modernidad o la decadencia de la España de los Austrias menores, pero creo que los casos a los que he prestado atención ponen de manifiesto que se debe contrarrestar la tendencia de los hispanistas, señalada por Jeremy Robbins, «a leer a los escritores españoles en ningún contexto distinto de uno estrechamente español» No me cabe duda de que la interpretación de la recepción de Tácito que he propuesto en esta tesis cuestiona la solidez de algunas certezas. En cierto modo esta era una labor fácil, puesto que a menudo las he asaltado con nuevas preguntas para las que no siempre estaban preparadas. Desde la introducción, por ejemplo, he puesto en duda la capacidad de un término como «tacitismo» para describir el uso político de Tácito en la edad moderna. Este abandono pretendía cuestionar la solidez de una interpretación ideológica de los textos de Tácito y mostrar las definiciones contradictorias del término.

      Mi investigación no recupera esa unidad perdida, sino que más bien se dedica a dar cuenta de una recepción diseminada en múltiples usos y que resulta casi imposible de seguir o clasificar. He de reconocer que mi perspectiva hace en ocasiones difícil establecer un diálogo con muchos de los estudios existentes sobre el tacitismo y un ejemplo claro de esta disonancia está en el modo en que mi tesis contesta a la pregunta que más repetidamente se me ha hecho a lo largo de esta investigación: ¿por qué se eligió a Tácito? ¿por qué sobre estos textos y no sobre otros? La respuesta que he ofrecido parte de cuestionar esa especificidad. Soy consciente de que este es en realidad un modo de no responder a la interrogación inicial, pero compensa el efecto de prestar una atención demasiado exclusiva a la recepción de Tácito. Tácito se utilizó para interpretar la realidad política de la edad moderna, pero en muchas ocasiones sus obras eran parte de una lista de historiadores (y no historiadores) que se aprovechaban para los mismos fines. Jessica Winston se planteó el problema de la recepción de Séneca en la Inglaterra isabelina de un modo semejante y concluía que las similitudes entre los temas tratados en su obra y los de la propia época no bastaban para explicar una preocupación por Séneca, puesto que muchas de estas cuestiones aparecían en otros textos clásicos y habían sido importantes antes de la recepción de Séneca en Inglaterra8. No quiero decir con esto que la recepción de Tácito deba menospreciarse como si se tratara exclusivamente de una moda, pero parte de su popularidad tal vez pueda explicarse en esos términos (así parece indicarlo el hecho de que la intensidad de la recepción crezca de modo casi geométrico durante los siglos XVI y XVII). La importancia de Tácito en la edad moderna no puede explicarse únicamente por referencia al personaje o al contenido de sus obras, sino que debe buscarse en el desarrollo de un sentido práctico y teórico de la disciplina política. El auge de su recepción está ligado a las valoraciones de los expertos, a la representación de los consejeros y al propio desarrollo disciplinar de la política.

      En esta tesis, especialmente en su segunda parte, he ofrecido una visión del papel de los estudiosos y eruditos en el dominio de lo político y su necesaria inmersión en las redes de patronazgo y poder en las que se jugaba el acceso a las esferas de decisión práctica, el desarrollo de su carrera personal y su valoración social. Por una parte he tratado de contextualizar las traducciones, ediciones y comentarios sobre Tácito en el seno de las carreras de aquellos que dieron a luz esas obras y sus esfuerzos por hacer buenas sus bazas con los mejores patronos. Por otra, he mostrado el grado de colaboración entre estos expertos y los personajes más directamente encargados de la gestión de los asuntos públicos. Finalmente, he señalado cómo esto afecta a la configuración del campo disciplinar de la política. En un nivel teórico, Jeremy Robbins ha señalado que «muchos de los escritos políticos barrocos tienen una cualidad autorreflexiva, pues los teóricos tratan de delinear una posición epistemológica que justifique la teoría y los preceptos dados, y así los legitime al asegurar su eficacia y aplicabilidad universales»9. Este esfuerzo se complementó con prácticas que permitían defender la necesidad de la disciplina, definir ¿incluso visualmente¿ su espacio y sus características y poner en valor la figura de sus expertos.

      Esta tesis también se aleja en ocasiones de un posible diálogo con otras historias del pensamiento político por la atención que he prestado a las características formales de las obras estudiadas. Con esta decisión he intentado resaltar las dificultades que existen a la hora de comprender los libros y los modos de razonamiento de la edad moderna. En mi opinión, algunos de aquellos libros resultan muy difíciles de comprender si no se tienen en cuenta las peculiaridades que los singularizan, las lecturas que previeron y los usos a los que pudieron ser sometidos. Al investigar el lugar que ocupan los comentarios de Tácito y los discursos a partir de su obra, así como el lugar que ocupan sus citas en los textos de la edad moderna se advierte un efecto de distorsión sobre lo que idealmente constituiría un «tratado político» e, incluso «una teoría del estado». La recepción de Tácito demuestra que no es fácil asimilar los textos políticos de la edad moderna a nuestra concepción de teoría política por dos razones: porque no son parte de un pensamiento sistemático, y porque en muchas ocasiones están planteados como un repertorio de posibles soluciones prácticas a situaciones reales, no como un intento de describir la política en sí misma.

      La sistematicidad podía ser remplazada sin problemas por la amplitud (copia), por una acumulación de materiales que pretende cubrir todo un espectro de situaciones posibles, no ofrecer una aproximación teórica a la naturaleza de la política. Esto supuso que se desdibujó en muchas ocasiones el armazón teórico a favor de una multiplicidad de significados disponibles, una cuestión que ha sido abordada en el campo de los estudios literarios. Como ha señalado Marion Trousdale los literatos de la época de Isabel I «seguían a los primeros humanistas y una continuada tradición retórica al preguntar no cómo separar la idea de la estructura que le da cuerpo sino cómo extraer los lugares comunes del relato»10. La peculiar forma de almacenamiento de conocimientos de la edad moderna, ya sea en un texto de naturaleza política o en otro que hoy consideraríamos de tipo literario, va contra la sistematicidad en el tratamiento de una materia determinada. Trousdale sugiere considerar que en la edad moderna la estructura no está comprometida en la creación de un significado único y que «cuando pueden extraerse muchas verdades de una historia ¿no como diferentes niveles de un significado único, sino como un almacenaje acumulativo¿ existe una noción diferente de significado y se concede un valor diferente a la forma»11. Posiblemente no sea necesario insistir en que un fundamento esencial para comprender el género de la política del siglo XVI y XVII debe buscarse en las prácticas de los lectores de aquel entonces. Puede servir de recordatorio la consideración que Bacon hizo en 1605 sobre los libros de «historia rumiada», esa «forma de escritura que han usado algunos hombres profundos y sabios y que contiene una historia fragmentada de aquellas acciones consideradas dignas de memoria junto con discursos políticos y observaciones sobre ellas, no incorporadas a la historia, sino separadas y como la parte principal de su intento» Los «motivos de reflexión» del último capítulo de esta tesis han perseguido en primer lugar plantear dudas acerca de la existencia histórica de un «pensamiento político» con las mismas funciones y objetivos que hoy en día. Por esta razón he tratado de mostrar algunos retazos del desarrollo disciplinar de la política en la edad moderna, que además de pasar «de política a razón de estado» se desarrolla como espacio de conocimientos. Frente a una concepción de la política como algo permanente, la recepción de Tácito deja traslucir una configuración de la política particular a esa época.

      No se trata del nacimiento de una disciplina sino una cristalización propia y seguramente exclusiva de aquella época, limitada por las propias bases epistemológicas sobre las que se asentó y que en parte auguraban su próxima transformación.

      He insistido también en las cautelas con que deben aplicarse calificativos como racionalismo y el grado en el que estos ocultan las características propias del pensamiento político moderno. Digo haber «insistido» porque considero que en gran medida este tipo de consideraciones son las que han marcado los desarrollos más interesantes de la historia del pensamiento político en los últimos tres decenios. He apuntado también algunos campos en los que me parece que este esfuerzo por historizar la política puede ofrecer frutos más interesantes en un futuro, y me he referido específicamente al lugar cambiante de la política en la organización de las bibliotecas y a sus representaciones visuales. Pienso que son fragmentos de un proyecto que consistiría en trazar una historia de la representación de la política como disciplina y como conjunto de prácticas, a lo largo de los siglos, al modo en que Erich Auerbach lo hizo con la representación de la realidad. Este mismo proyecto consistiría también en analizar los modos en que la disciplina política se convierte en un «pensamiento de segundo grado» al modo en que, según R. G. Collingwood, la filosofía de la historia lo es respecto a la historia13. La sensación de extrañeza que deja la recepción de Tácito en la edad moderna sugiere que embarcarse en ese proyecto puede tener aún un sentido presente.


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