Desde que Guttenberg inventó la imprenta de tipos móviles alrededor del año 1450, la composición de obras impresas ha sido tarea de los impresores, quienes elegían tanto las tipografías y el formato como el diseño del texto.
Esta tarea ha sido, es y será todo un arte. A nadie se le escapa que un libro bien maquetado, coherentemente organizado y con una tipografía agradable se lee mucho mejor que otro que no haya sido editado con tanto esmero.
Esta edición es, sin lugar a dudas, mucho más complicada cuando se trata de textos científicos y, en concreto, textos matemáticos, en los que abundan fórmulas, ecuaciones, gráficas y notaciones poco habituales en otras disciplinas.
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