El ritmo del cambio global se ha acelerado dramáticamente desde los años 50, llegando a alcanzar un nivel en el que las actividades humanas han devenido una fuerza que rivaliza con los procesos naturales. La población se ha más que duplicado y la actividad económica se ha multiplicado por diez. Esta gran aceleración ha mejorado los medios de vida y el bienestar de millones de personas pero también ha producido las mayores externalidades negativas jamás documentadas. Cambio climático, acumulación masiva de residuos, extinción de especies y agotamiento de los recursos terrestres pone en peligro estos mismos logros sociales.
Hay por tanto una clara necesidad de desfosilizar la economía y llevar a cabo un cambio radical en los patrones de consumo y producción. Una economía verde, circular y basada en recursos biológicos podría reemplazar el sistema económico actual linear basado en combustibles fósiles que ha sustentado el desarrollo de los últimos 200 años.
Esto significa permutar hacia energía verde y productos de base biológica que reemplacen los materiales de fuentes no renovables e intensivos en combustible para su producción. Significa también la reducción de residuos y de la huella ecológica en general, simultáneamente contribuyendo al desarrollo económico y la creación de puestos de trabajo. En este nuevo paradigma, los montes y la gestión forestal tienen un importante rol a desempeñar. A fin de materializar este potencial, las especifidades regionales han de ser reconocidas y se precisan medidas políticas alineadas hacia esta transformación y senda de desarrollo.
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