Remigio Mendiburu (Hondarribia, Gipuzkoa, 1931-Barcelona, 1990) es una de las figuras más singulares de la escultura vasca de la segunda mitad del siglo XX. Su trayectoria se inscribe dentro del proceso de renovación del arte vasco de ese momento, del que participó desde 1966 con el grupo Gaur, impulsado por Jorge Oteiza y en el que convivían las propuestas artísticas de Eduardo Chillida, Rafael Balerdi, Amable Arias, José Antonio Sistiaga, Néstor Basterretxea y José Luis Zumeta. Con bagajes e intereses muy diversos y expresándose en distintos lenguajes, estos pintores y escultores compartieron la aspiración de romper el aislamiento de la dictadura franquista y recuperar lo propio a través de un arte comprometido con la vanguardia.
En el contexto de la renovación escultórica iniciada por Chillida y Oteiza, sobre todo en sus inicios, Mendiburu fue capaz de crear una obra con intereses y procedimientos distintivos, que tuvo en la madera su materia primordial y en la cultura autóctona el punto de partida para una escultura enteramente personal y contemporánea.
Comisariada por Juan Pablo Huércanos -subdirector de la Fundación Museo Jorge Oteiza (Alzuza, Navarra) y especialista en la obra del escultor vasco-, la exposición Mendiburu. Materia y memoria, que toma su título de la obra homónima del filósofo Henri Bergson, profundiza en la personalidad de este creador a través de un centenar de piezas, entre esculturas y obras sobre papel. Fueron realizadas a lo largo de toda su trayectoria: desde sus inicios a finales de la década de 1950 hasta sus últimos proyectos a mediados de los 80. Muchas de ellas son inéditas y el conjunto se exhibe ahora gracias al apoyo de BBK, y a la generosidad de la familia Mendiburu y de otras colecciones particulares, a las que se han sumado museos como Artium de Vitoria-Gasteiz, San Telmo Museoa de San Sebastián o el Museo de Bellas Artes de Bilbao.
La exposición pone de relieve aquellos aspectos que alejan a Mendiburu de los convencionalismos formales de su época y lo resitúa como autor de una escultura experiencial. La tipología de los materiales que usó y la complejidad de su modo constructivo basado en la acumulación y la trama determinaron las características de una obra llena de correspondencias biográficas y socioculturales, que se convirtió en uno de los referentes de la transformación del arte de su tiempo.
Tras un inicio a finales de los años 50 heredero aún de propuestas geométricas e informalistas, Mendiburu comenzó a indagar sobre procedimientos más cercanos a una morfología orgánica y procesual con la que, a partir de ensamblajes, construir sus obras más características.
Este proceso acumulativo constituye una de las aportaciones más personales, un modus operandi que forma parte esencial de su escultura y que, a su vez, se transmite a la experiencia de la contemplación. El carácter experiencial de la obra de Mendiburu se aprecia en sus primeras obras, como la serie Taluak (1960-1962), cuya elaboración recuerda al juego infantil de arrojar una pella de barro contra el suelo para reventarla y cambiar su morfología. También en obras maestras de su trayectoria, como Txalaparta (1965), en donde se percibe el eco de la cultura y los materiales populares, 'viejas vigas o viejos troncos olvidados' que Mendiburu reanuda con un lenguaje personal que se aleja de una visión meramente romántica de la naturaleza. Aunque su mirada hacia lo natural es evidente, a través del uso de la madera Mendiburu explora un territorio que refleja el paso del tiempo y su misterio y testimonia un orden natural en el que la humanidad se ve avocada a luchar por su supervivencia.
De este modo, el espectador es impelido a desentrañar el proceso de creación de la obra que, habitualmente sin peana, se muestra tan directa y sin añadidos como el propio artista. En Jaula para pájaros libres (1969) una viga de madera sustenta un desarrollo espacial del que emerge una expresión más lírica. Mientras, Zugar (1969-1970) representa una corporeidad producto de la lenta acumulación de fragmentos que después llevará a otras piezas destacadas como Argi hiru zubi (1977) o Murru (1978), de enorme contundencia física y visual.
En los años 80 Mendiburu experimenta con otros materiales y lenguajes en obras de menor tamaño, como la serie de piezas que combinan madera y cemento, o las pequeñas esculturas en madera pulida o alabastro de inspiración oriental. A finales de la década, otras obras, como las de la serie Casas bombardeadas, recuperan la memoria de las penurias de la guerra y del amargo exilio que Mendiburu vivió de niño y que, al final de sus días, reconoció como vivencias medulares en el desarrollo de su escultura.
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