Crear espacios compartidos con los jóvenes cuando no existen. Reforzarlos sí están ahí. Ya que estos siempre son frágiles. Una cierta vulnerabilidad está en el centro del movimiento de creación – o de destrucción– del vínculo que nos puede atar al otro. Es un vínculo que siempre es primero – o último, ya que siempre permanece en juego, y es justamente aquello que está en juego en la relación. Para el joven, de una manera particular, que se crea a sí mismo a través del gesto, e incluso donde crea a partir del otro. Pero también, de forma más general para cada uno de nosotros que volvemos a movilizar en nosotros, ese mismo gesto, (re)creando un espacio de relación. Especialmente cuando este espacio se encuentra debilitado, atacado o amenazado, desde adentro al igual que desde afuera. A veces sucede que esté ausente o que se encuentre reducido a muy poca cosa, tal vez destruido, o incluso devastado. O también, que al estar cerrado sobre sí mismo, no lo conduzca a nada. Las razones pueden ser muy diversas. Todas son violentas en sus causas y/o efectos. Impiden que los jóvenes surjan a su propio ser y a entrar en la vida social y así trazar sus caminos. La hipótesis que desarrollamos aquí es que lo que llamamos espacios de mediación comunitaria (EMC) son espacios alternativos de reconocimiento y elaboración de las violencias experimentadas y sus efectos traumatizantes. Esta expresión (EMC) permite designar espacios múltiples y variados que (re)movilizan o (re)crean la dialéctica personal y social de las relaciones consigo mismo y con el Otro cuando éstas son impedidas, atacadas, incluso destruidas. Ya sea que se trate de un lugar de trabajo psico o socio terapéutico asociado a una escuela en una provincia del Ecuador (Egas, 2010), o de un proyecto de animación entre generaciones en un barrio de Bruselas (Brackelaire, 1995), o de una investigación-acción con grupos de mujeres sobrevivientes del genocidio de los Tutsis en Rwanda (Uwineza, 2014; Rwagatare, 2015), nuestro interés se enfoca en el proceso en sí, más allá de su infinidad de posibles figuras. Este método de elaboración teórica no pretende ser ni positivista ni idealista, ni universalista ni culturalista, ni corporativo ni ortodoxo. Tratamos, a partir de una variedad de experiencias adquiridas en contextos y campos disciplinarios y profesionales, de tematizar y dar forma a un proceso antropológico que atraviese y explique esta pluralidad y esta diversidad. Este tipo de espacios autorizan por desdoblamiento o más bien por contradicción dialéctica, una forma de distanciamiento con respecto a lo que se vive, una puesta en alteridad de sí mismo como de los demás, un análisis de lo que somos y lo que hemos de ser en situaciones que nos implican y pueden amordazarnos o incluso aplastarnos, para contradictoriamente tratar de implicarnos en la situación de otra manera, en una historia en transformación. En este proceso humano dialéctico se reconoce el mismo al que los jóvenes acceden cuando emergen a persona y nacen en lo social, usando los términos de Jean Gagnepain (1991) y Jean-Claude Quentel (2022).
Jean-Luc Brackelaire (ed. lit.), María Verónica Egas Reyes (ed. lit.)
págs. 5-12
Parte I : Reflexiones teóricas
Jean-Luc Brackelaire (ed. lit.), María Verónica Egas Reyes (ed. lit.), Marichela Vargas Polack, Thomas Périlleux, Betty Espinosa, Stéphane Vinolo
págs. 13-74
Parte II : Formas de violencia(s)
Mario Javier Benítez, José Valenzuela, María Dolores París Pombo, María Cristina Piro, Emilio Salao Sterckx
págs. 75-130
Parte III : Formación y prevención contra la violencia
María Alexandra Clavijo Loor, Fanny Elizabeth Herrera Unapanta, Carlos Ignacio Man Ging, Katya Morales Rainoff
págs. 131-168
págs. 169-232
Parte V : Dispositivos de intervención
Mauricio A. Castro Centeno, Isabelle Duret, Vivian Tatiana Escobar Haro, King Majesty, Graciela Ramírez
págs. 233-276
Conclusión: el arte de vivir juntos contra la nada
Jean-Luc Brackelaire (ed. lit.), María Verónica Egas Reyes (ed. lit.)
págs. 277-290
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