Hablamos entonces del comer como una experiencia que nos condiciona permanentemente como individuos, como sociedad, omo seres culturales y espirituales. El cocinar y el comer entendidos como conocimiento, herencia y sabiduría, pertenecientes a un grupo de personas, que hace parte de su cotidianidad, que se transfiere y que muta con el paso del tiempo, tiene un altísimo valor identificador, por lo que su culto y la continuidad de sus prácticas son elementales para la fijación de la identidad cultural y la memoria colectiva de cualquier grupo social, sea una familia, una comunidad, un pueblo, una región o un país.
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