Alguien dijo que las consecuencias de una guerra civil duran cien años, de lo que cada vez estamos más convencidos, al menos en la realidad sociopolítica de Galera, que es de lo que se va a tratar en este libro.
El trauma que una contienda de este tipo produce —en la que se enfrentan hermanos contra hermanos, que, una vez concluida ésta, han de convivir en los mismos espacios y en los mismos tiempos— es tan patente que pasa de generación en generación y sólo desaparece cuando se extingue, al menos, la tercera de ellas.
En comunidades de muy escasa población, donde el conocimiento mutuo es profundo, hasta el punto de que todos de los vecinos conocen la vida y milagros —permítasenos esta expresión— de todos sus vecinos, curiosamente, los sucesos concretos que tuvieron lugar en el conflicto bélico ya no están en la memoria colectiva de los herederos de los protagonistas, tal y como hemos podido comprobar en el transcurso de nuestras investigaciones. Es sabido que la transmisión oral de los hechos, de cualquier hecho, acaba por desvirtuar el mensaje original. Y más aún cuando lo que se narra es un tema tabú.
El destino, o lo que sea, quiso que Galera quedase englobada en territorio republicano, al igual que otras localidades quedaron en las zonas sublevadas. Ello propició que los relatos que se pueden ofrecer desde un lugar u otro sean diametralmente opuestos. En todos los pueblos hubo dos bandos: uno perseguidor y otro perseguido, pero obviamente de signos diferentes según el caso. Y es lógico que quienes han escuchado en el seno de su familia una versión, estén absolutamente condicionados por ella.
Y claro, ha habido que contar lo que sucedió en Galera, incluyendo como protagonistas a las víctimas de los actos violentos, ya que ninguna de ellas sufrió muerte súbita de etiología patológica, sino que fueron asesinadas sin que se les diese la oportunidad de juicio alguno, como luego tuvieron —con más o menos rigor— quienes perpetraron estos delitos. Naturalmente, nuestra obligación es contar así mismo quiénes fueron los responsables de estas muertes, según señalan los testimonios escritos en aquellos años.
Para contar lo que sucedió, hemos tomado con precaución las informaciones orales que hemos escuchado —por lo que apuntamos anteriormente sobre éstas— y hemos buscado hasta donde hemos podido los documentos escritos —varios miles de ellos— en los que se recoge todo lo aquí sucedido.
Sabemos igualmente que a veces dichos documentos no reflejan de forma estricta los hechos. Pero cuando sobre un mismo suceso nos hablan una y otras vez las actas, los informes, las comunicaciones, las denuncias, los testimonios… y coinciden en lo sustancial, no nos queda otro remedio que darles crédito. Entre otras cosas, porque no hay otro medio para desentrañar los hechos que nos relatan, a veces con una elocuencia demoledora.
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