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Virales en redes en tiempo de pandemia

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Información General

Resumen

  • La desinformación que circula en torno a la pandemia del COVID-19 ha llevado a la OMS a acuñar el término “infodemia” para definir la sobreabundancia de información -falsa o rigurosa- y que tiene como consecuencia la propagación de pánico, confusión e inseguridad que circula en la redes en relación a la emergencia sanitaria. Emociones como el miedo son motores muy potentes y generan que muchos usuarios compartan y viralicen contenidos motivados por este sentimiento. Jestin Coler, creador de Disinfomedia (empresa que tenía entre 20-25 empleados y se dedicaba a generar sitios con notificas falsas) reconoce que “lo único que vende mejor que el sexo es el miedo”1.

    Aunque ciertos contenidos falsos puedan parecer inofensivos, lo cierto es que –tal como demuestra el caso de Coler– existe una industria de la desinformación y, en el caso de la emergencia sanitaria que estamos atravesando, las mentiras resultan peligrosas porque afectan la salud y obstaculizan las medidas de contención del virus, lo que en última instancia hasta puede llegar a provocar la muerte de personas por acción u omisión.

    ¿Qué hace que compartamos -y de esta manera volvamos viral- información errónea, sin evidencia científica cuando no deliberadamente falaz? ¿Por qué creemos más en un mensaje por WhatsApp que nos llega de un familiar o un amigo antes que en la información de fuentes oficiales o de los medios? El análisis es complejo, pero una de las razones tiene que ver con los sesgos cognitivos, esto es los “errores sistemáticos que cometemos todos, en nuestros razonamientos, nuestra atención, la memoria, la percepción del mundo y la manera de dar sentido a lo que nos rodea” (Matute, H.,2019:55). Los investigadores reconocen que la persistencia de los sesgos tienen que ver con la supervivencia de la especie humana, pero también pueden tendernos “trampas”. Una de ellas es la del sesgo de familiaridad, que hace que creamos más en la información que nos brinda alguien en quien confiamos que en la de un desconocido (léase científico, medio de comunicación). A ello se suman otros factores que tornan creíbles las desinformaciones, como los títulos “gancheros” o los recursos de verosimilitud, como los videos grabados por profesionales de la salud o supuestos especialistas mirando de frente a la cámara -es decir, al destinatario-. Vinculado a lo anterior, es importante tener en cuenta que no todo el contenido de un mensaje suele ser falso o engañoso. Por el contrario, tomar una parte de la verdad hace más eficaz -creíble- la mentira (Wardle, 2019). Hay todavía un elemento más que contribuye a la confusión: nos cuesta aceptar la incertidumbre y, en el caso del Sars-Cov2 y de la COVID-19 es mucho todavía lo que se desconoce. Incluso ha habido idas y vueltas hasta de la Organización Mundial de la Salud en cuanto a las recomendaciones, por ejemplo, sobre el uso de tapabocas. La ansiedad de certezas y la realidad de que no las haya hacen de este tema un terreno fértil para la desinformación y las teorías conspirativas.


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