Ya de entrada, una obra que se representa en la más absoluta y total oscuridad promete ser, como poco, un viaje iniciático. Quien decida adentrarse, a través de su lectura o de su representación, por los diálogos de estos insólitos personajes, tan distantes y tan próximos, tan especiales y tan universales, ha de estar preparado para el infrecuente –y en este caso, gozoso– ejercicio de escuchar. En esta obra, sin duda una de sus mejores creaciones, Campos nos invita a jugar con lo imprevisto, con la sorpresa, con el equívoco; sin que esto sea impedimento para que la obra se resuelva, contra todo pronóstico, dentro de la más estricta coherencia. Auto sacro, sainete, comedia chusca... y hasta diálogo renacentista: es difícil precisar el género en el que se inscribe A ciegas, pues todos ellos –previamente alterados y pasados por el filtro de la ironía– confluyen de forma natural y conviven en un complicado equilibrio. Siguiendo una lógica impecable, al tiempo que sorprendente, el autor nos hace pasar de un registro a otro sin darnos respiro. No sólo los conceptos, también las formas son puestas en cuestión y llevadas hasta sus últimas consecuencias en esta obra que se nos antoja, en última instancia, un ejercicio barroco. Tras haber sido estrenada en el Festival de Otoño de Madrid, A ciegas se representó en gira por distintas ciudades españolas, y recientemente se ha presentado en el Festival d’Estiu Grec de Barcelona. Jesús Campos cuenta con los más prestigiosos premios del teatro en lengua española, entre ellos, el Tirso de Molina, el Lope de Vega y el Nacional de Literatura Dramática.
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