El primer libro de Lorca, publicado en abril de 1918 en Granada, apenas contó con alguna atención. La crítica especializada dedicó al Primer romancero gitano, a su teatro desde Bodas de sangre o Yerma, y a Poeta en Nueva York toda su atención en ediciones, variantes, comentarios, publicaciones… Sin embargo, Impresiones y paisajes pasó más que desapercibido, prácticamente hasta los años 80 del siglo pasado. Y de las pocas veces que de él se hablaba, se decía que era un libro lleno de erratas, desordenado, de inexperiencia, con primeros tanteos y que, incluso, debía borrarse del listado de obras del Lorca universal. La obra la componen doce escenas o estampas, algunas publicadas en periódicos, producto de sus viajes académicos al amparo de la Institución Libre de Enseñanza, durante algunos meses de los años 1916 y 1917. Sus páginas vienen a ser apuntes o comentarios sobre lugares, personas, animales, monumentos, caminos, entre escenarios castellanos y andaluces, preferentemente, y gallegos, con tres elementos principales: la música, a la que el autor era más que un simple aficionado; el arte, desde los sepulcros góticos y románicos hasta la pintura, y, por supuesto, la literatura, en cuanto a sus lecturas, aficiones y gustos, y en donde el autor ya presenta a los que serán sus maestros: Verlaine, Antonio Machado, Unamuno, Darío, Jiménez, el Romancero. A esos tres elementos anteriores ––más los ecos del Romanticismo, Simbolismo, Impresionismo y Regeneracionismo–– hay que añadir el atrevimiento de la adjetivación desplazada, la expansión del cromatismo, los olores que se describen como vivos, los variados sonidos en el aire, el comienzo de su universo simbólico. En suma, lo que será el Lorca posterior, conocido por todos.
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