Un «viaje divino» al que Dios «convida a todos», y cuya meta es la «libertad». Eso es Camino de Perfección. Eso es la vida humana. Y es «viaje» porque implica un proceso, una búsqueda, un tiempo, un aprendizaje, como la vida misma. Y es «divino» porque nunca lo hacemos solos: Dios aparece siempre como amigo, compañero de camino.
Pero Camino de Perfección es, ante todo, un «viaje a la plenitud». El ser humano tiene que madurar, tiene que aprender a ser persona. Pues bien, la misma oración teresiana, tal como aparece en esta obra (meditación consciente, oración centrante y oración contemplativa), está planteada como un camino hacia la «plenitud» de lo humano. Un viaje para llenarnos de Dios. O mejor dicho, para dejar que Dios nos llene de su amor y su verdad.
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