Faustino Larrosa Martínez (coord.), María Dolores Jiménez Alegre (coord.)
Si la formación humana es un valor estratégico que favorece el progreso social, el docente es la pieza clave del sistema educativo para la educación del alumnado. Nadie discute el poder de la educación como principal recurso de un país ni la influencia en el desarrollo económico. Sin embargo, es necesario reflexionar sobre el papel que juega el profesorado en el discurso educativo, en qué condiciones cumple mejor sus funciones y cómo colaboramos para que se cumplan las esperanzas que en él depositamos.
Los cambios familiares y sociales plantean nuevos retos didácticos y organizativos, aunque los valores que transmiten los centros escolares no siempre encuentran eco en la sociedad ni en buena parte de las familias. Las continuadas reformas del sistema educativo también requieren del docente un sobreesfuerzo de readaptación permanente. Pero, si no verificamos cuidadosamente la viabilidad de determinadas aspiraciones parece que nos olvidamos de los verdaderos artífices de las reformas, porque sólo con el cambio de mentalidad del profesorado quizá sea insuficiente si no se modifican otros componentes.
Es necesario revisar desde la investigación y desde la práctica diaria las dificultades de los docentes para cumplir satisfactoriamente con sus funciones, dar una vez más la palabra a los investigadores y a los prácticos de la educación para que nos informen del resultado de sus estudios. Pero ante todo nos interesa dilucidar los dispositivos de valoración y reconocimiento social del profesorado, qué mecanismo de compensación necesita y la mejor manera de superar las situaciones conflictivas en el caso de no poder prevenirlas. Comprobar, en definitiva, si se les ofrece las condiciones necesarias para que el profesorado haga posible, en un marco de calidad y equidad, el desarrollo de las capacidades del alumnado adaptando el currículo y consiguiendo la colaboración de las familias.
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