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Walkscapes: el andar como práctica estética = walking as an aesthetic practice

Imagen de portada del libro Walkscapes

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Índice



  • Contents:


    10 Introduction

    Nomad city, by Gilles A. Tiberghien


    19 Walkscapes

    30 Errare humanum est…

    30 Cain, Abel and architecture

    36 Nomadic space and "erratic" space

    50 From the path to the menhir

    57 The benben and the ka


    68 Anti-walk

    68 The Dada visit

    75 The urban readymade

    79 Surrealist deambulation

    83 City as amniotic fluid

    86 From banal city to unconscious city

    88 Lettrist drifting (dérive)

    94 The theory of the dérive

    100 L'Archipel influentiel

    106 Playful city versus bourgeois city

    108 World as a nomadic labyrinth


    119 Land walk

    119 The voyage of Tony Smith

    126 Field expansions

    138 From the menhir to the path

    142 Treading the world

    148 The wayfarer on the map

    152 The suburban odyssey

    166 The entropic landscape


    176 Transurbance

    176 Barefoot in the chaos

    181 The fractal archipelago

    185 Zonzo


    191 Bibliography

    203 Photo credits

    205 Acknowledgments



Índice




  • Contenidos:


    10 Introducción

    La ciudad nómada, por Gilles A. Tiberghien


    19 Walkscapes


    29 Errare humanum est...

    29 Caín, Abel y la arquitectura

    38 Espacio nómada y espacio errático

    51 Del recorrido al menhir

    60 El benben y el ka


    68 Anti-Walk

    68 La visita dadaísta

    76 El readymade urbano

    79 La deambulación surrealista

    84 La ciudad como líquido amniótico

    88 De la ciudad banal a la ciudad inconsciente

    90 La deriva letrista

    98 La teoría de la dérive

    102 El archipiélago influencial

    108 Ciudad lúdica contra ciudad burguesa

    114 El mundo como laberinto nómada


    119 Land Walk

    119 El viaje de Tony Smith

    126 Expansiones de campo

    140 Del menhir al recorrido

    144 Hollando el mundo

    150 El caminante sobre el mapa
    156 La odisea suburbana

    168 El paisaje entrópico


    176 Transurbancia

    176 Descalzos por el caos

    181 El archipiélago fractal

    185 Zonzo


    191 Bibliografía


    203 Créditos fotográficos


    205 Agradecimientos


Descripción principal

  • Walkscapes deals with strolling as an architecture of landscape.

    Walking as an autonomous form of art, a primary act in the symbolic transformation of the territory, an aesthetic instrument of knowledge and a physical transformation of the "negotiated" space, which is converted into an urban intervention. From primitive nomadism to Dada and Surrealism, from the Lettrist to the Situationist International, and from Minimalism to Land Art, this book narrates the perception of landscape through a history of the traversed city.

Descripción principal

  • Walkscapes trata del deambular como arquitectura del paisaje. Caminar como forma de arte autónoma, acto primario de transformación simbólica del territorio, instrumento estético de conocimiento y modificación física del espacio "atravesado" que se convierte en intervención urbana. Del nomadismo primitivo al dadaísmo y el surrealismo, de la internacional letrista a la internacional situacionista y del minimalismo al land art, este libro narra la percepción del paisaje a través de una historia de la ciudad recorrida.

Extracto del libro

  • Introducción:
    La ciudad nómada
    por Gilles A. Tiberghien

    Con Walkscapes, Francesco Careri ha hecho más que escribir un libro sobre el andar entendido como una herramienta crítica, como una manera obvia de mirar el paisaje, como una forma de emergencia de cierto tipo de arte y de arquitectura. Proporciona también al grupo Stalker, formado en su origen por jóvenes arquitectos todavía estudiantes, una obra que de algún modo enraiza sus actividades en el pasado, construye su genealogía, tal como lo hizo André Breton cuando consideró históricamente el surrealismo como una especie de cola de cometa del romanticismo alemán, y tal como lo hicieron por su parte los románticos de Jena, en su revista Athenaeüm, cuando se apropiaron de Chamfort, de Cervantes o de Shakespeare declarándolos románticos avant-la-lettre. Y también como lo hizo Robert Smithson, quien, en su último texto sobre Central Park, veía a Frederick Law Olmstead, su creador, como un ancestro del land art.



    Más que a los surrealistas -a quienes sin embargo vuelve a leer oportunamente en el libro, a través de Nadja y L'amour fou, de André Breton, o de Le Paysan de Paris, de Louis Aragon-, es a Dada y a sus garbeos por la capital, a sus caminatas al azar por la campiña francesa, a lo que Francesco Careri apela. Y, todavía más cercanos a nosotros, son los situacionistas a quienes podrían compararse los Stalker. Ambos grupos comparten su gusto por las investigaciones urbanas, su sensibilidad hacia las transformaciones contemporáneas y hacia los síntomas característicos de una sociedad en proceso de mutación, por no decir de "descomposición". Ambos han sabido escrutar el inconsciente de la ciudad, del mismo modo que lo hizo Walter Benjamin en su día examinando el París del siglo XIX.



    En su artículo Rome archipel fractal, Careri ha escrito: "Hemos escogido el recorrido como una forma de expresión que subraya un lugar trazando físicamente una línea. El hecho de atravesar, instrumento de conocimiento fenomenológico y de interpretación simbólica del territorio, es una forma de lectura psicogeográfica del territorio comparable al walkabout de los aborígenes australianos". Las referencias, por muy implícitas que sean, son suficientemente claras.



    Sin embargo, que nadie se lleve a engaño: ni Stalker ni Francesco Careri son por ello unos neo-situ. Es cierto que Stalker constituye un grupo, pero se trata de un grupo completamente informal, y si Francesco Careri y Lorenzo Romito son sus dos teóricos más productivos, no poseen ningún monopolio sobre el tema. Por lo demás, cada uno de los miembros del grupo sabe muy bien lo que debe a todos los demás; su número puede variar entre siete y una veintena de individuos, según el momento. Ésta es una diferencia fundamental con respecto a los grupos de vanguardia que jalonan la historia del siglo XX, que reclutaban y excluían alternativamente a sus miembros. En este caso nos encontramos frente a una práctica experimental que va aplicando distintas herramientas teóricas en función de sus necesidades, siempre con un sentido de la oportunidad que le confiere una gran flexibilidad y una considerable movilidad intelectual. Es cierto que en enero de 1996 el grupo redactó un manifiesto. Sin embargo, su lectura nos puede convencer con bastante rapidez de su carácter no dogmático y de su función esencialmente heurística. Walkscapes es partícipe de este mismo espíritu. Pone en perspectiva una práctica de la cual Stalker quiere ser su continuación, su amplificación, su ajuste y -por qué no- en cierto sentido también el cumplimiento de sus objetivos. Francesco Careri ha puesto a disposición del grupo sus investigaciones históricas y también su inventiva teórica, a través de la práctica del andar tal como él la entiende, propone una nueva lectura de la historia del arte desde la elevación de los menhires, pasando por Egipto y la Grecia Antigua, hasta los artistas del land art.



    Las observaciones antropológicas, filosóficas, sociopolíticas y artísticas que nos ofrece el autor son puestas también al servicio de un propósito de una gran claridad, cuyo objetivo es conducirnos hasta el momento actual, hasta Zonzo, un lugar puramente lingüístico que podemos encontrar en la expresión italiana andare a Zonzo, que significa errabundear sin objetivo, tal como lo hacía el paseante de la ciudad del siglo XIX.



    Ahora bien, esta expresión es lo que suele llamarse un "sintagma estereotipado", que sólo puede ser concordante con una realidad intemporal. En la actualidad todas las referencias han desaparecido: ya no atravesamos a zonzo como lo hacíamos ayer, con la seguridad de que vamos desde el centro hacia la periferia. Hubo un tiempo en que el centro era denso, y las inmediaciones eran cada vez más dispersas. En la actualidad, el centro está formado por una constelación de vacíos.



    La idea que cruza todo el libro, y que el autor expone de un modo convincente -poco importa si es históricamente cierta, con tal de que sea operativa-, es que, en todas las épocas, el andar ha producido arquitectura y paisaje, y que esta práctica, casi olvidada por completo por los propios arquitectos, se ha visto reactivada por los poetas, los filósofos y los artistas, capaces de ver aquello que no existe y hacer que surga algo de ello. Por ejemplo, Emmanuel Hocquard y Michael Palmer, que fundaron en 1990 el Museo de la Negatividad, tras haber descubierto un inmenso agujero junto a la autopista del norte, en Francia; o Gordon Matta-Clark, quien en los años setenta se convirtió en comprador de unas minúsculas parcelas de terreno situadas entre edificios casi medianeros, declarando que "en medio del 'espacio negativo' existe un vacío que permite que los componentes puedan ser vistos de un modo móvil, de un modo dinámico".



    Podemos encontrar un inventario de cierta cantidad de actitudes y reflexiones filosóficas como éstas, suscitadas por el andar, en el libro de Bruce Chatwin (citado muchas veces por Careri) The Songlines (Los trazos de la canción), una especie de himno al pensamiento nómada, más que propiamente al nomadismo. Efectivamente, el andar vuelve visibles, al dinamizarlas, unas líneas, los trazos de los cánticos (the songlines), que dibujan el territorio aborigen, unas líneas de huida que revientan la pantalla del paisaje en su representación más tradicional; unas 'líneas hechizadas', tal como las llama Gilles Deleuze, que arrastran el pensamiento tras el movimiento de las cosas, a lo largo de las vetas dibujadas en el fondo del mar por los trayectos de las ballenas, tan bien descritos por Herman Melville en Moby Dick.



    Ahora bien, el mundo que Careri y sus amigos exploran, sobre todo, es el de las transformaciones urbanas sufridas por lo que en otro tiempo se llamaba "el campo", y del cual sólo permanece una realidad "horadada" o "apolillada" -el autor utiliza la imagen de la piel de leopardo, "con manchas vacías en la ciudad construida y manchas llenas en medio del campo"-, un conjunto de territorios que pertenecen a los suburbs, una palabra que según Robert Smithson significa literalmente 'ciudad inferior', y que describe como "un abismo circular entre la ciudad y el campo, un lugar donde las construcciones parecen desaparecer ante nuestros ojos, parecen disolverse en una babel o en unos limbos en declive". Ahí -añade-, "el paisaje se borra bajo el efecto de unas expansiones y unas contracciones siderales".



    Esta noción no es --o ya no es-, ni mucho menos, únicamente europea, como lo demuestra la referencia americana a Smithson. Nos recuerda asimismo a John Brinckerhoff Jackson, un gran observador del paisaje, muy interesado por los trazados y la organización de las carreteras en el territorio americano, que demostró de qué modo, lejos de limitarse a atravesar los paisajes y las aglomeraciones, las carreteras generaban nuevas formas de espacios donde era posible habitar, creando con ello nuevas formas de sociabilidad. "Las carreteras ya no nos llevan solamente a unos lugares -escribió-, sino que son lugares". Así son también los caminos que toma Stalker en sus andanzas por "las partes ocultas de la ciudad", más allá de los grandes ejes de comunicación.



    John Brinckerhoff Jackson constató precisamente lo mismo que este grupo de nómadas italianos: la formación de un nuevo paisaje que no se correspondía ni con el de las representaciones clásicas dibujadas por el poder, ni con sus formas "vernaculares", que él observaba con predilección. Este paisaje inédito ha sido creado por las carreteras y por las nuevas formas de movilidad y de transporte de bienes, en otro tiempo almacenados en las casas. Se caracteriza por la movilidad y el cambio, y es en las inmediaciones de estas vías de comunicación donde se producen los encuentros, como también, sin duda, un nuevo tipo de solidaridad. De ese modo, "las iglesias se convierten en discotecas, y las viviendas en iglesias [...]. Podemos encontrar espacios vacíos en el corazón mismo de las densas ciudades, e instalaciones industriales en medio del campo [...]".



    Sin embargo, estos intersticios, estos vacíos que Careri observa y que no se encuentran solamente en las inmediaciones de las ciudades sino también en su corazón, están ocupados por una población "marginal" que ha creado unas redes ramificadas e ignoradas por la mayoría, unos lugares desapercibidos puesto que son siempre móviles, y que forman, según dice el autor, una especie de océano en el cual las manzanas de viviendas serían como archipiélagos. Se trata de una imagen eficaz, puesto que es muy indicativa de la indeterminación relativa de los límites suscitados por el andar.



    "Marcas" (marches) era el nombre tradicional que se solía dar a los lugares situados en los confines de un territorio, a los bordes de sus fronteras.7 Del mismo modo, el andar (marche) designa un límite en movimiento, que en realidad no es más que lo que solemos llamar frontera. Esta va siempre a la par con las franjas, los espacios intermedios, los contornos indefinibles que sólo podemos ver realmente cuando andamos por ellos. El andar pone también de manifiesto las fronteras interiores de la ciudad, y revela las zonas identificándolas. De ahí el bello nombre de Walkscapes, que define muy bien el poder revelador de esta dinámica, poniendo en movimiento todo el cuerpo -el individual, pero también el social- con el fin de transformar el espíritu de quien a partir de ahora ya sabe mirar. Un propósito como éste conlleva un auténtico posicionamiento "político" -en el sentido primordial de la palabra-, un modo de considerar el arte, el urbanismo y el proyecto social a una distancia igual y suficiente entre ellos, con el fin de dilucidar con eficacia estos vacíos de los que tanta necesidad tenemos para vivir bien.

Extracto del libro

  • Introduction:
    Nomad city
    by Gilles A. Tiberghien

    In Walkscapes, Francesco Careri does more than write a book on walking considered as a critical tool, an obvious way of looking at landscape, and as a form of emergence of a certain kind of art and architecture. Into the bargain he gives the Stalker group, originally made up of young student architects, a work that partly roots its activities in the past, gives it a genealogy in any event, as did André Breton when he considered Surrealism historically as a sort of comet's tail of German Romanticism, and as did the Jena Romantics themselves in their review the Athenaeüm by annexing Chamfort, Cervantes or Shakespeare and declaring them to be premature Romantics. Or then again like Smithson in his text on Central Park, making its creator, Frederick Law Olmstead, an ancestor of Land Art.


    More than the Surrealists -whom he none-theless opportunely rereads here via André Breton's Nadja and Mad Love, or Louis Aragon's Paris Peasant-, it is Dada and its outings in the capital, its random wanderings through the French countryside, that Francesco Careri claims kinship with. Nearer still to our own time, it's the Situationists that the Stalkers can be compared to. The two groups share a taste for urban investigation, and a sensitivity to contemporary change as being symptomatic of a society in a state of mutation, not to say "decomposition". They know how to scrutinize the unconscious of the city, as Benjamin once did in studying 19th-century Paris.


    When Francesco Careri writes in "Rome archipel fractal" that "We've chosen the trajectory as a form of expression which accentuates a place by physically tracing a line through it. The act of traversal, an instrument of phenomenological knowledge and symbolic interpretation of the territory, is a form of psychogeographical reading of it comparable to the 'walkabout' of the Australian aborigenes," the references, be they implicit, are clear.


    But make no mistake about it: neither the Stalkers nor Francesco Careri are neo-Situationists. Stalker is a group, to be sure, but a completely informal one, and if Francesco Careri and Lorenzo Romito are its two most prolific theoreticians they have no final say in the matter. Furthermore, each member of the group knows what he or she owes to the others in the collective, the number of which varies momentarily between seven and twenty individuals. This is its fundamental difference with the avant-garde groups that sprang up in the 20th century, alternatively enrolling and excluding their members. We are faced, here, with an experimental praxis that avails itself of theoretical tools when and as they are needed, and always with a sense of appropriateness, some-thing which gives it great suppleness and considerable intellectual mobility. Indeed, the group launched a manifesto in January 1996, but reading it quickly convinces us of its non-dogmatic quality and its essentially heuristic function. Walkscapes partakes of this same spirit. It gives point to a practice of which Stalker seeks to be the prolongation, the amplification, the adjustment, and -why not?- also the culmination, in a sense. Francesco Careri puts his researches, and also his theoretical inventiveness, at the disposition of the group. At the same time he offers us a rereading of the history of art in terms of the practice of walking (such as he conceives of it), from the erection of the menhirs, through Egypt and Ancient Greece, up to the protagonists of Land Art.


    The anthropological, philosophic, sociopolitical and artistic insights the author presents us with serve, at any one moment, a discourse of great lucidity, the ambition of which is to bring us up to today, to Zonzo, that purely linguistic place encountered in the expression andare a Zonzo, and which means drifting without a goal, as did the walker in the 19th-century city.


    Such an expression is what's called a "fixed syntagm", one which may only conform to a timeless reality. Today the landmarks have disappeared: one no longer traverses Zonzo as before, with the guarantee of going from the center to the periphery. There was a time when the center was dense and the outskirts of the city increasingly dispersed; right now the center is riddled with empty spaces.


    The idea suffusing the book as a whole, and which the author convincingly describes -and what does it matter if it's historically correct or not, as long as it's operative-, is that walking has always generated architecture and landscape, and that this practice, all but totally forgotten by architects themselves, has been reactivated by poets, philosophers and artists capable of seeing precisely what is not there, in order to make "something" be there. Hence, for instance, Emmanuel Hocquard and Michael Palmer, who in 1990 founded the Museum of Negativity after having spotted an immense hole beside the Autoroute du Nord in France. Or Gordon Matta-Clark, who in the 1970s bought up tiny bits of land in between almost touching buildings, and who declared that "through the 'negative space' a void exists so that the 'ingredients can be seen in a moving way or a dynamic way'."
    We find the inventory of a certain number of these attitudes, and the philosophical reflections elicited by walking, in a Bruce Chatwin book Careri often cites, The Songlines, a sort of paean to nomad thinking, more than to nomadism itself, it has to be said. By dynamizing them, the act of walking in fact makes the songlines crisscrossing Aborigine territory visible, those perspective lines which cleave the screen of the landscape in its most traditional representation, "witch lines," as Deleuze would say, that sweep thought along in the wake of the movement of things, along the veins the passing whales delineate at the bottom of the sea, described so well by Melville in Moby-Dick.


    But the world Careri and his friends elect to explore is that of the urban changes wrought to what used to be called the countryside, and of which nothing more remains than a "holed" or "moth-eaten" reality -the author utilizes the image of a leopard skin "with empty spots in the built city and full spots in the heart of the countryside"-, a group of territories belonging to the suburbs, a word that, as Smithson explains, "literally means 'city below'," and which he describes as "a circular abyss between town and country, a place where buildings seem to sink away from one's vision or buildings fall back into sprawling babels or limbos." There, he adds, "the landscape is effaced into sidereal expanses and contractions."
    This notion is not -or no longer is- uniquely European: far from it, as the reference to Smithson demonstrates. One also thinks of John Brinckerhoff Jackson, a great observer of landscape, who was extremely interested in the traces and organization of roads across American territory, showing how, far from just traversing landscapes and built-up areas, they engendered new forms of inhabitable space, thus creating new kinds of sociability. "Roads no longer merely lead to places," he wrote, "they are places." And so are the paths the Stalkers follow during their walks through "the city limits", far from the main communication routes.


    As it is, Jackson observed exactly the same thing as the group of Italian nomads: the formation of a new landscape that didn't correspond to either the one in the classical representations power had described or to their "vernacular" form, which is what he preferred to scrutinize. This unprecedented landscape is created by roads, new habits of mobility and the transporting of goods previously stockpiled at home. It is characterized by mobility and change, and it is on the approaches to these thoroughfares that encounters, as well as an indubitably new type of mutual aid, occur. Thus, "churches used as discothèques, dwellings used as churches […] one encounters empty spaces in the very heart of dense cities and industrial installations in the middle of the countryside."
    The interstices and voids Careri observes, and which aren't just on the outskirts of the city but in its very center, are nevertheless occupied by "marginal" populations who have invented branching systems that are largely unknown, unnoticed places that, because they are always shifting, come together, the author says, like a sea whose islets of dwellings would be the archipelagos. This image is a good one, since it illustrates the relative indeterminacy of these limits incurred by walking.


    The "marches" was the name traditionally given to territories situated at the confines of a territory, at the edges of its borders. Walking [la marche] also designates a shifting limit, which is nothing other, in fact, than what's called a frontier. The latter always goes hand in hand with fringes, intermediary spaces, with undeterminable contours that can only really be made out when travelling through them. It's walking, too, which makes the internal frontiers of the city evident; which, by identifying it, reveals the zone. Whence the beautiful title Walkscape, which stresses the revelatory power of this dynamism mobilizing the entire body -social as well as individual-, in order to then transform the mind of he who knows how to look. Such an enterprise has a genuine "political" stake -in the primal sense of the word-, a way of keeping art, urbanism and the social project at an equal, and sufficient, distance from each other in order to effectively illuminate these empty spaces we have such need of to live well.



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