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Eclecticismo y vanguardia y otros escritos

Imagen de portada del libro Eclecticismo y vanguardia y otros escritos

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Índice

  • Contenidos:



    Prólogo de Oriol Bohigas 7



    Crítica a la historiografía del movimiento moderno 13

    Eclecticismo versus modernisme (1888-1909) 25

    Joan Rubió i Bellver y la fortuna del gaudinismo 43

    Cèsar Martinell y la arquitectura agraria 55

    La arquitectura de Josep Maria Jujol 75

    Sobre noucentisme y arquitectura (1909-1917) 87

    La Exposición Internacional de Barcelona (1914-1929) 103
     
    A. Un instrumento de política urbana
     
    B. Arquitecturas contaminadas

    Ricard Giralt Casadesús, reformista ilustrado 123

    Nicolau Maria Rubió i Tudurí: ciudad y arquitectura 141

    A C: vanguardia arquitectónica y cambio político (1931-1939) 155

    La segunda modernización de la arquitectura catalana (1939-1970) 169

    Vanguardia y eclecticismo (1970-1979) 209

    La arquitectura catalana del siglo xx.

    Cinco propuestas de interpretación 223



    Créditos fotográficos 233


Descripción principal

  • El libro Eclecticismo y vanguardia se publicó por primera vez en 1980 como recopilación de artículos dispersos en diferentes publicaciones, con la vocación de contribuir a la historia de la arquitectura del siglo xx fuera de las vanguardias. El caso de la arquitectura catalana le sirve al autor para mostrar que los problemas de modernización de una sociedad no implican necesariamente una adscripción al credo del movimiento moderno.


    Tras más de veinte años de su publicación, se reedita este volumen completado con cuatro artículos sobre el mismo tema y con un prólogo de Oriol Bohigas.

Extracto del libro

  • Prólogo de Oriol Bohigas (extracto)

    Una buena parte de la obra de Ignasi de Solà-Morales en el campo de la crítica y la historia de la arquitectura fue apareciendo por entregas sucesivas, a menudo como respuesta a determinados propósitos didácticos o con motivo de oportunidades académicas y sociales, según requería su continua voluntad de servicio: un artículo, una monografía, un prólogo, una conferencia, una clase en la universidad, un asesoramiento editorial, incluso una tertulia informal. No puedo olvidar, no obstante, los estudios unitarios en libros que hoy son indispensables para el conocimiento de la cultura catalana -Josep Maria Jujol, Joan Rubió i Bellver, Antoni Gaudí, Escuela de Arquitectura, Exposición Internacional de 1929, etc.- y para el debate internacional sobre los problemas del territorio, del lenguaje y de la ética de la arquitectura. Pero el material inicialmente disperso tiene también un formato unitario que puede comprenderse de un modo global, esto es, como una manera de aproximarse -construida y programada por fragmentos- a un completo y potente corpus teórico, cuyo valor conceptual es consecuencia de la intensidad del análisis que la fragmentación misma permite. Esa visión integral está quedando ahora muy bien explicada con la publicación de sus escritos en una serie a la que pertenece el presente volumen,
    Eclecticismo y vanguardia, cuya primera edición de 1980 se complementa ahora con algunos textos escritos con posterioridad pero relacionados con el mismo tema ("La arquitectura de Josep Maria Jujol", "Ricard Giralt Casadesús, reformista ilustrado", "Nicolau Maria Rubió i Tudurí: ciudad y arquitectura" y "La arquitectura catalana del siglo xx. Cinco propuestas de interpretación").


    Ese propósito de hacer que la suma de fragmentos constituya una unidad historiográfica y crítica queda acreditada por la manera cómo él mismo confeccionó algunos de sus libros. Quizás el más evidente en este aspecto sea Eclecticismo y vanguardia, una serie de retratos individualizados, de escenas colectivas, de compulsiones culturales que, en conjunto, describen de manera total la aventura de la arquitectura moderna en Cataluña. Una introducción y un último capítulo zurcen muy bien todos los episodios y plantean, además, una discusión sobre los valores, a menudo escasamente clasificados, de lo que él llama eclecticismo y vanguardia, y de sus puntos de contraposición y alianza.


    La sugerencia de ese diálogo se ofrece ya en el inicio mismo de la introducción, dedicada a una crítica de la historiografía del movimiento moderno, y que empieza con la interpretación del contenido de la vanguardia, una interpretación con la que me permito ahora dialogar, siguiendo la apertura dialéctica del propio texto. Si el vanguardismo significara sólo una "actitud de rechazo, de crítica a los procedimientos que han adquirido una vigencia a través de un determinado consenso social, de subversión de los lenguajes que han obtenido una difusión amplia y estable", no sería un fenómeno muy distinto de los que marcaron el nacimiento de todos los estilos, sobre todo de aquellos que iban acompañados de cambios culturales sustanciales. A menudo, incluso, se ha explicado la historia del arte como una sucesión de episodios que empiezan con un sorprendente acto revolucionario contra lo aceptado y lo habitual que, con el tiempo, va logrando un consenso que dilata el descubrimiento hacia un nuevo consenso, apoyado ya en una vulgarización y su consecuente vulgaridad inerte, sólo superable por otra revolución cuya fortuna será, aproximadamente, la misma. Es una explicación quizás demasiado restrictiva, a menudo apoyada en argumentos poco refinados de la historia social del arte, pero que logra una cierta eficacia cuando se quiere explicar el fenómeno estético desde simples contenidos estilísticos.


    Pero, a través del texto de Ignasi de Solà-Morales, se descubren diversos elementos que otorgan unos caracteres específicos a la vanguardia del siglo xx. Para empezar, es la primera vez que a este episodio se le denomina con el término "vanguardia". Se reconoce, ante todo, un "propósito único por el cual la dimensión crítica se justifica en el objetivo de un nuevo orden estético y, en definitiva, social". Yo añadiría, no sólo "en definitiva", sino "sustancialmente" social y, quizás, político, sobre todo en el campo de la arquitectura y el urbanismo. Esta vanguardia, por lo tanto, viene a coincidir con un proceso paralelo de otra modernización que tiene sus propios objetivos -y sus preferencias y sus armas de guerra-, ya no exclusivamente culturales ni concretamente estéticos. Un proceso cuya fuerza productiva -y cuyos sistemas de poder- podía haber asumido la racionalidad, la eficacia y la gratificación estética que proponía la vanguardia, pero que, en realidad, a diferencia de los cambios estéticos históricos, se ha impuesto con sus propios objetivos y sus propios métodos derivados del sistema de producción, de la reorganización social y política y, sobre todo, de la estructura del poder desarrollada según unas líneas que pueden no coincidir con las que la vanguardia programaba en sus utopías culturales y sociales. Por esto, la vanguardia ha acabado con un consenso que, en el fondo, le es contradictorio e incluso hostil. Los nuevos suburbios, la arquitectura adocenada en el exabrupto o en la vulgaridad no representan precisamente aquel consenso deseable, ni siquiera aquella asimilación vulgarizada, sino una crisis que ha generado sus propios productos, los cuales han alcanzado un volumen y una significación tan importantes que, por lo menos los más representativos, merecen ser objeto de una historiografía del movimiento moderno con perspectivas más amplias. Y los más representativos -los que marcan por sí mismos un acto cultural- son precisamente aquellos que, dentro de una calidad manifiesta, proceden de los ideales revolucionarios pero ceden a las condiciones de la otra modernización y reducen, por lo tanto, el contenido revolucionario, la subversión, el ideal utópico, es decir, la radicalidad de la vanguardia. En consecuencia, por un lado se produce la crisis de la vanguardia, en la degeneración -sin consenso- que provocan las abrumadoras condiciones de una modernización distinta; y así aparece toda la pésima arquitectura y el deplorable urbanismo de la periferia y la especulación. Pero, por otro, existen también la arquitectura y el urbanismo que aceptan honestamente una conllevancia que apoya la modernización que se interesa por otros temas, sobre todo por el mercado y la representación del poder. Ignasi de Solà-Morales define esta actitud como ecléctica, utilizando dicho adjetivo de manera ligeramente heterodoxa, porque va más allá de los términos lingüísticos. Y en la alternancia entre eclecticismo y vanguardia se puede describir una buena parte de la realidad de la arquitectura contemporánea. Y cambiar, de este modo, los métodos de la historiografía del movimiento moderno.


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