La teología, como ciencia de la fe, ha estimulado a la filosofía, sobre todo en Occidente, abriéndole nuevos horizontes de realidad. Una y otra deben recuperar su enlace y conexión. No queda dañada la debida autonomía de la razón. La filosofía, que la teología necesita, no es “la reflexión de un solo individuo, que, aunque profunda y rica, lleva siempre consigo los límites propios de la capacidad de pensamiento de una sola persona, sino la riqueza de una reflexión común”, con la pluralidad de saberes y de culturas en la unidad de la fe. Es así como ambas promueven la defensa del hombre y el anuncio evangélico.
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