La sociedad murciana de fines del siglo XIX se encuentra radicalmente dividida entre quienes poseen la tierra, que ya no serán exclusivamente los descendientes de las familias nobles, y los que nada poseen: colonos, jornaleros y pobres en un momento de canalización del trabajo agrícola y de desintegración de la cultura campesina tradicional, a la que acompañó un incremento de la pobreza estructural. El partido conservador murciano estaba dominado por pocas familias, poseedoras de grandes propiedades dominadoras de la vida política en sus zonas. Conocidos como los chalecos blancos debían obediencia primero a Cánovas y luego a de la Cierva. El partido liberal era subsidiario del conservador y los republicanos se encontraban profundamente divididos y en búsqueda de una identidad política necesaria para poder obtener la representatividad de amplios grupos. En los distritos electorales que se analizan entre 1891 y 1907 no hubo una sola elección a diputados cortes libre y democrática. La explicación se encuentra en el efectivo control que los caciques realizaron en sus respectivas zonas, consiguiendo agrupar en torno a sí a los grandes propietarios. Y ello mediante un "gobierno" autoritario bajo formas paternales controlando la comunicación con el exterior y utilizando métodos arbitrarios como norma de funcionamiento, y cuando se produjeron rebeliones colectivas la reacción fue muy violenta.
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