La vigencia temática y la actualidad de la figura de M.Hernández (Orihuela, 1910-Alicante, 1942) como bastión de la nueva cultura española democrática son motivos suficientes para justificar una aproximación más de su obra; en especial, si se trata de una parcela escasamente analizada como es la de su producción teatral. Las siguientes páginas nos invitarán a seguir una reflexión sobre el lenguaje dramático, tras haber aplicado pormenorizadamente un modelo semiótico de comprensión del producto estético (descripción- explicación). Nuestro enfoque procurará ratificar «ciertas aportaciones de renovación», de las que hablaba J.Pérez Montaner (1974) refiriéndose al teatro de M.Hernández. Por otro lado, mantiene el interés del escoliasta escudriñar los rincones de la creatividad hernandiana más recónditos a la erudición libresca, ya que la figura del escritor oriolano se erige en paradigma del comportamiento humano y artístico de una época crucial en el devenir histórico de la España del s.XX: su cuarto decenio. Ya en nuestra Tesis Doctoral desarrollamos un intento riguroso de explicación de los distintos haces de relaciones que dan sentido a una obra desde su génesis. Miguel Hernández realiza la simbiosis de una muy amplia gama de influencias: sus productos artísticos son el resultado de la esmerada labor de fusión de vida, compromiso convivencial y tradición literaria; de aquí que se hayan de aplicar criterios basados en la biografía y su peculiar propuesta idealista (el idilio utópico de los trabajadores), en la literatura comparada (costumbrismo, verismo y tradicionalismo social simplista) y, por fin, en la complicación de unos conflictos históricos (sociales y políticos), siempre tamizados por interconexiones afectivas: el intimismo amoroso reprimido y condicionado por las relaciones humanas. M.Hernández se decanta implícitamente en sus obras teatrales conocidas hacia un tratamiento latente político; por ello se puede hablar de teatro político para referirse al hernandiano, si bien en una acepción superficial y sencilla de lo político. Las sucesivas puestas en escena lo descubren, aclarando y dotando de sentido la elaboración alegórica y simbólica que faculta dicha interpretación. De las piezas publicadas hasta hoy, nos detendremos de modo primordial en las dos que conforman la unidad temática del más claro teatro social de la II República; hemos preferido bautizarlas como «tragedias de patrono», recordando las famosas «comedias de comendador» de Lope de Vega, sobre cuya emulación argumental se edifican. Para situarlas convenientemente añadiremos algunas referencias al auto sacramental, como muestra de vivificación de un antiguo género, con intenciones políticas de sentido divergente a Los hijos de la piedra o El labrador de más aire, y que ya explicamos por extenso en otro libro. Asimismo es necesario incluir algunas notas sobre su teatro bélico, menos afortunado, pero que representa la última faceta dramática del autor (Teatro en la guerra y El pastor de la muerte). J. Riquelme, 1986
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