Un año después de su llegada a la Casa Blanca y mientras la prensa norteamericana airea sus presuntas trampas al fisco, Bill Clinton ha llegado a Europa. Poco dado a las excursiones exteriores, el presidente norteamericano ha aprovechado el viaje para tocar el saxo en Praga, darle una larga cambiada a la guerra en Bosnia, acercarse hasta el Kremlin para abrazar a un Yeltsin atribulado y desbordado por las inquietantes boutades del ultra Zhirinovski y asistir a la "cumbre" de la OTAN que pretendía fijar las líneas maestras de la nueva doctrina atlántica y que, de hecho, ha servido, sobre todo, para dejar constancia de las dudas, vacilaciones y recelos de Occidente ante la evolución de los acontecimientos en el este de Europa.
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