Durante las décadas de violencia en Colombia, las ciudades han crecido en gran parte gracias a la migración de los campesinos desplazados de sus tierras. Al llegar a su nuevo destino se asientan en terrenos donde no hay servicios públicos y sus condiciones de vida son paupérrimas. Este es el caldo de cultivo para que las pandillas juveniles, la delincuencia común, política y estatal se enseñoreen del sector. No hay presencia del Estado, lo que se refleja, entre muchas otras cosas, en la falta de escuelas, y cuando alguna escuela es construida, el propio sistema educativo queda corto en el logro de la suprema meta de educar al joven que, mientras tanto, engrosa los contingentes de violencia urbana.
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