"Vergogna" (vergüenza). La palabra restalla como un lacerante latigazo en la conciencia de todos los italianos, mientras los contados miembros de la "nomenklatura" socioeconómica, que han hecho de la "tangente", del entendimiento con la mafia y del fraude su "modus vivendi", intentan cerrar filas en torno a los antaño "intocables", como Craxi o Andreotti, enfrentados hoy al dedo acusador de una Justicia que ha pagado con sangre sus credenciales de independencia. La Primera República italiana ha sido inmolada en el altar de la corrupción. Es el fin de un régimen, la rebelión de unas masas condenadas al silencio y sólo convocadas a las urnas para cumplir con el rito de sancionar con el voto los manejos "pseudo-gangsteriles" de sus líderes. Es, de hecho, una auténtica revolución popular contra los profesionales de la política, un renacimiento moral llamado a transformar profundamente las estructuras de poder de una gran parte, la menos presentable, de Occidente.
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