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El estadio: La regla del juego

  • Autores: Jose Luis Pardo Torío
  • Localización: Exit: imagen y cultura, ISSN 1577-2721, Nº. 15, 2004 (Ejemplar dedicado a: Deportes), pág. 52
  • Idioma: español
  • Texto completo no disponible (Saber más ...)
  • Resumen
    • La regla del juego En la Antigüedad, los espacios reservados a los espectáculos deportivos simbolizaban lo más grande que un hombre podía ver sin perder la perspectiva de conjunto, es decir, lo más grande que se podía ver \"de una sola vez\". Este \"ver en su conjunto\" define, pues, el principio que orienta la edificación de estos lugares: están diseñados para que quien se sienta en sus gradas pueda ejercer como espectador en el sentido propio y profundo del término, es decir, que pueda juzgar acerca de la totalidad de la acción que se desarrolla ante sus ojos, que sea capaz de captar, no sólo esta o aquella jugada, este o aquel movimiento, sino en rigor la regla del juego, y no la que reside en el reglamento que contiene sus normas explícitas, sino la ley implícita a la que obedecen los pasos de quienes están sobre el terreno, y que a ellos mismos se les oculta en la medida en que juegan y se juegan su propio jugar a cada paso, esa ley que sólo descubren paulatinamente y mediante su acción y que sólo se les revela en su totalidad cuando ya la partida está decidida y el marcador es irreversible.

      Frente al carácter peyorativo que hoy ha adoptado el vocablo \"espectáculo\", la dualidad del actor y el espectador era vivida por los antiguos como algo tan necesario como difícil: todo el que actúa está constantemente, o debería estar, intentando tomar distancias con respecto a su acción, tratando de imaginar el conjunto en el cual su acción cobra o pierde sentido, procurando anticipar el final de la partida, pero nunca es posible del todo ser al mismo tiempo actor y espectador, razón por la cual el que puede ver y juzgar (el espectador) no puede \"hacer\" nada, no puede intervenir directamente en el juego, y el que obra y se arriesga (el actor) jamás consigue tener presente ante sus ojos o ante su imaginación \"el campo\" en su totalidad, siempre hay algo que se le escapa, y por eso sus decisiones son verdaderas jugadas y no simples \"deducciones\" de un cálculo matemático.

      El carácter insuperable de esta dualidad paradójica -nadie puede ser solamente actor ni solamente espectador, pero nadie puede ser actor y espectador al mismo tiempo y en el mismo sentido- nos descubre, como en cierto modo lo hacen los estadios, los circuitos y los rings, la naturaleza indisolublemente tragicómica de toda acción humana: siempre comprendemos lo que habría que haber hecho cuando ya no hay remedio y, aunque a veces ello nos obliga a desesperarnos, otras veces nos permite reírnos de nosotros mismos, ayudándonos a rectificar en el futuro.

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