Buscar una solución al enrevesado conflicto institucional de Bosnia es cosa difícil. Ni la Comunidad internacional ni los políticos locales parecen llegar a consensos sobre la composición del gobierno, a pesar de la amenaza de la congelación de los presupuestos generales si la situación persiste. En medio de este caos político, los ciudadanos piden soluciones urgentes pero no tienen a quién pedírselas porque ni siquiera el Consejo de Ministros está constituido un año después de la celebración de las elecciones. Con una estructura institucional cimentada en la etnocracia como soberano constitucional -cuyas dos herramientas clave son el veto y el interés vital nacional-, el consenso es sólo una ilusión porque ningún grupo étnico está dispuesto a ceder su porción de poder. La comunidad internacional en su papel de interlocutor no parece haber dado con la fórmula para deshacer el nudo gordiano a pesar de que cuenta con los poderes de Bonn que, desde la experiencia, son la única herramienta eficaz para que el consenso prospere. Sumido en el dilema shakesperiano sobre qué hacer o dejar de hacer, el país suma días como el esta- do que más tiempo ha estado sin gobierno, -con su cuerpo político cobrando, todo hay que decirlo-, y suma a su vez pasos atrás en el camino hacia la integración en la Unión Europea (UE). Y qué peor castigo para sus ciudadanos que negarles la oportunidad de la entrada en la unión debido a las irresponsabilidades políticas de los que repiten en el poder tras cada legislatura.
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