Daniela Maza Vega, María Jimena Prieto, Silvia del Valle Alonso, Nadia Chiaramoni
En nuestro país los ensayos de toxicidad de aguas son mayoritariamente efectuados mediante análisis fisicoquímicos. Si bien estos parámetros son aceptados por la normativa local actual, a nivel internacional se están implementando regulaciones adicionales, uno de ellos es el denominado “biomonitoreo”. Este implica evaluar la toxicidad en organismos vivos para estudiar los posibles efectos de las muestras sobre ellos. Esto incluye considerar la posibilidad de efectos sinérgicos de los compuestos presentes en el agua, aunque también se puede dar el caso de la ausencia de sinergia o incluso la presencia de efectos antagónicos. Por lo tanto, la única manera de evaluar su potencia tóxica es mediante la aplicación de ensayos o test de toxicidad utilizando organismos vivos estandarizados para tal fin. En este trabajo, se utilizó Artemia salina, una especie de crustáceo, propio de aguas salobres. Se evaluó la movilidad y viabilidad de artemias mediante un contador de movimiento mediante microhaces infrarrojos y conteo en lupa respectivamente. Las artemias fueron incubadas con diferentes metales a 0, 1 y 24 h Se estudiaron efectos producidos por Cu2+, Zn2+, Pb2+ con concentraciones en el rango de 0 a 300 mg/L. Adicionalmente, se analizaron las morfologías desarrolladas solo a 24 h de exposición a cada metal para evaluar efectos tóxicos macroscópicos. No se registraron cambios significativos hasta las 24 h, donde se observó un incremento de la mortalidad concentración dependiente en todos los metales ensayados. Con estos datos, se obtuvo la concentración letal 50 (CL50) para los diferentes metales, siendo el Pb+2 el más tóxico con una CL50 de 13,40 mg/L, seguido por la de Zn2+ (45,02 mg/L) y la de Cu2+ (149,63 mg/L). Se observó una disminución en el movimiento a las 24 horas en todo el rango de concentraciones ensayadas. Finalmente, se observaron cambios morfológicos principalmente en el tracto gastrointestinal, pudiendo ser consecuencia de bioacumulación. Se concluye que la utilización de Artemia salina como bioindicador permitiría evaluar toxicidad de compuestos en solución en un período corto de tiempo de forma sencilla y económicamente accesible.
Within our country, water toxicity assays are predominantly carried out using physicochemical analyses. While these parameters are accepted by current local regulations, additional regulations are being implemented around the globe, one of which is known as 'biomonitoring.' This involves evaluating toxicity in living organisms to study the potential effects of samples on them. This includes considering the possibility of synergistic effects of compounds present in the water, although the absence of synergy or even the presence of antagonistic effects can also occur. Toxicity resulting from environmental contamination cannot solely be explained through the analysis of individual parameters. Thus, the only way to evaluate its toxic potency is through the application of toxicity assays or tests using standardized living organisms for this purpose. In this study, Artemia salina, a species of crustacean found in brackish waters, was used. The mobility and viability of the Artemia were evaluated using an infrared microbeam motion counter and microscopic counting, respectively. The Artemia were incubated with different metals for for 0, 1, and 24 hours. Effects produced by Cu2+, Zn2+, Pb2+ at concentrations ranging from 0 to 300 mg/L were examined. Additionally, morphologies were analyzed only at 24 hours of exposure to each metal to assess macroscopic toxic effects. No significant changes were recorded until 24 hours, a concentration-dependent increase in mortality was observed for all tested metals. From these data, the lethal concentration 50 (LC50) was determined for the different metals, with Pb+2 being the most toxic at an LC50 of 13.40 mg/L, followed by Zn2+ (45.02 mg/L) and Cu2+ (149.63 mg/L). A decrease in movement was observed at 24 hours across all tested concentrations. Finally, morphological changes were observed primarily in the gastrointestinal tract, potentially resulting from bioaccumulation. In conclusion, using Artemia salina as a bioindicator would enable the assessment of compound toxicity in solution over a short period, in a simple and economically accessible manner.
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