Las emociones forman parte de nuestro comportamiento cotidiano. Influyen poderosamente en nuestras acciones, en nuestra percepción de la realidad. Lo saben bien los expertos en marketing y manipulación de masas. Hay toda un área de actividad económica dedicada a ello, tanto para promover el consumo como para influir en nuestras actitudes políticas. El nacionalismo se sustenta casi completamente en una adscripción emocional. Pero no es la única tendencia política que se basa en emociones. Prácticamente toda la acción colectiva parte de respuestas emocionales a experiencias concretas. Por eso tiene relevancia que, más allá de nuestras vivencias particulares, se produzcan impactos que ayuden a generar percepciones que contradigan el alud de mensajes que promueven el consumismo y la sumisión.
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