Perversiones y represiones buscan revelarse a la consciencia, pero el ser humano, al concebirse a sí mismo como sujeto en sociedad, es delimitado por una moral con tintes heterónimos que permea todas sus dimensiones y condiciona su comportamiento, definiéndolo según contextos específicos. Como solución y escape a esto se recurre al arte, una dimensión humana sinónimo de subjetividad y que está sujeta a interpretaciones según el sentir individual. Tal subjetividad, inherente a simbolismos, abre los sentidos a la experiencia del alma, sirviendo como puente permisivo para todo aquello que una vez fue reprimido en el inconsciente freudiano. Por lo tanto, el arte no conoce moralidad.
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