Bill Clinton lo ha conseguido. Por una vez, las encuestas no han fallado y el próximo 20 de enero, exactamente a las doce del mediodía, hora de Washington, como establece la tradición, William Jefferson Clinton jurará su cargo en el Capitolio y se convertirá en el cuadragésimo segundo presidente de los Estados Unidos. Con él, es toda una generación, la que no hunde sus raíces biográficas en la II Guerra Mundial, la que fue amamantada por el fenómeno Kennedy, seducida por las ideas del 68, curtida por la guerra de Vietnam y el terror nuclear y vapuleada por las crisis económicas de los setenta, la que accede al poder. Clinton ha vendido el mensaje del cambio, de la renovación social, económica y política para derrotar a George Bush, el último adalid de la revolución conservadora que marcó la década de los ochenta. Ahora él y su generación tienen ante sí el reto de concretar sus promesas en hechos, de adaptar a la superpotencia americana a ese, intuido y enunciado, pero no instaurado por su predecesor, nuevo orden mundial.
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