Carlos Víctor Rodríguez Diéguez
En México viven unos diez millones de indios de 56 etnias distintas, entre ellos se hallan los Tarahumaras que en un número aproximado de 46.000 individuos habitan la Sierra Madre Occidental. Una característica que aúna a todos estos grupos indígenas es la explotación que han sufrido desde la llegada de los primeros colonos. La historia de México está herida por la devastación de las sociedades prehispánicas y la destrucción de su cultura. Dejando a un lado los primeros días de la colonización y la evangelización, y centrándonos en épocas más actuales, el mexicano mestizo, o chabochi como le llaman los rarámuris, unas veces por intentar lavar la cara de un país sucio por el color del natural, otras para ayudar al pobre indito a cambiar sus salvajes costumbres, ha causado a menudo más daño que beneficio en la cultura y el bienestar de los antiguos pobladores de esas tierras. Los tarahumaras sufrieron un duro golpe a finales del siglo XIX, durante el mandato de Porfirio Díaz, que en un malentendido nacionalismo, se propuso levantar el país obligando a trabajar a los indios."La conquista del norte de México, obsesión permanente de las elites políticas capitalinas desde la época de la Independencia, adquiere un nivel de suprema importancia. La nación mexicana debe establecer su soberanía sobre todas las regiones de la geografía nacional. ¡A sangre y fuego! parece ser la consigna lanzada contra los indios del norte, atrapados por el fuego de los acuerdos fronterizos entre el gobierno de México y el de Estados Unidos, para perseguir a los indios rebeldes de uno y otro lado. Yaquis, mayos, guarojíos, tepehuanes y tarahumaras, resisten con estoicismo las embestidas de los soldados, aventureros, colonos y cazadores de cabelleras. Los enemigos de la civilización, dirá don Porfirio, deben ser obligados a trabajar usando el recurso del látigo. Cientos de indios yaquis y tarahumaras son encadenados y transportados hacia las haciendas del Yucatán....... Los indios huyen hacia las partes más altas y boscosas y desde allí observan con sorpresa los avances de la modernidad que ellos se niegan a "probar", acostumbrados como están a su condición de obstáculos de esa nación que don Porfirio se empeña en hacer crecer, al amparo de una nueva racionalidad económica y de un amplísimo florecimiento cultural, que sirva de aval imperecedero de "el nuevo México" ante los demás países del mundo."1 En 1887 Porfiro Díaz favoreció la entrada al capital extranjero y, con la construcción del Ferrocarril Chihuahua-Pacífico, se partió la sierra en dos, dejando de ser el refugio natural de los tarahumaras para convertirse en el núcleo vital de la industria maderera y la explotación de las grandes minas de oro, relegando al rarámuri al trabajo esclavizado o bien al poblamiento de otras zonas más desiertas y menos fértiles en las laderas de la montaña. Don Porfirio abrió también las puertas de la nación a todos aquellos que se interesasen por el folclore mexicano como un elemento más de ese México lindo surgido del milagro económico porfiriano que, junto a las líneas de ferrocarril, carreteras, pozos de petróleo y minas de oro y plata, podían ser observados como un elemento decorativo y pintoresco de ese próspero país, obviando eso sí, toda referencia a la realidad económica y a las absurdas supersticiones de estos indígenas2. A las puertas del siglo XXI y con una situación política moderna, deberían haber cambiado las cosas para los tarahumaras, así parecía entenderse cuando en 1936 Lázaro Cárdenas prometió integrarlos cultural y económicamente, pero poca mejoría en la calidad de vida del tarahumara ha habido. Los pueblos indígenas se ven sometidos a diferentes tipos de utilización por parte del Gobierno mexicano y por sus vecinos mestizos. El nacionalismo centralizado se preocupa de nombrar las virtudes de la "raza", pero como mero marco propagandístico, de escaparate. Se sigue justificando el usufructo de las tierras indígenas relegando al indio a parajes casi inhabitables, al mismo tiempo que se utiliza la mano de obra barata que la ingenuidad nativa proporciona.
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