Los primeros pentecostales llegaron a América Latina en los años treinta, procedentes, como otras iglesias protestantes, de los EE.UU1. , las pentecostales con la peculiaridad de que entre sus importadores había muchos latinoamericanos, emigrantes que volvían a sus tierras de origen trayendo el testimonio de una nueva fe. Se asentaron en los centros urbanos en una época en la que las ciudades recibían un flujo constante de emigrantes del campo, desplazados por las recesiones económicas. Y el ambiente en que se desarrolla la primera actividad de los pentecostales es precisamente éste, caracterizado por la situación de precariedad de las clases populares que poco a poco iban formando la feligresía. Su implantación y desarrollo estuvo amparado por el efecto de la presencia protestante previa, que había procurado una diversificación en el campo religioso latinoamericano2, contra la Iglesia Católica, que aún seguía (y sigue) siendo dominante. Su aparición, y el progresivo éxito de su implantación entre las clases populares, contribuyó a reforzar el proceso de desmonopolización de lo religioso, en la lucha por la libertad de culto, pero, sin embargo, no reforzó en absoluto la labor de los protestantes históricos preocupados porque esa libertad de culto estuviera acompañada de otras libertades. Los primeros estudios sobre el pentecostalismo en Chile y Argentina3, pusieron de manifiesto la continuidad que se desarrollaba entre las estructuras sociales asociadas al modelo de autoridad católico, y las que se podían encontrar entre los pentecostales. Éstos, las reformulaban en torno a nuevas figuras de poder, con diferentes principios de legitimación, pero con idénticos espacios de dominación y semejantes relaciones entre tales espacios. Jean Pierre Bastian continúa esta línea de explicación en sus estudios cuando se refiere a los pentecostales, y confirma la hipótesis en un análisis comparativo entre estos y las denominaciones históricas, de tradición liberal. Además, Bastian añade una idea sugerente: la ausencia de ruptura entre el catolicismo popular tradicional y el pentecostalismo, lleva implicado que este último no represente una continuidad en el seno de su origen protestante, sino que, al contrario, suponga una desviación.
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