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Deepfakes, desinformación, discursos de odio y democracia en la era de la Inteligencia Artificial

  • Autores: Aníbal Monasterio Astobiza
  • Localización: Cuadernos del Audiovisual del Consejo Audiovisual de Andalucía, ISSN-e 2952-6116, ISSN 2952-6094, Nº. 12, 2024 (Ejemplar dedicado a: Los discursos de odio en los medios de comunicación audiovisual y su difusión en Internet), págs. 177-190
  • Idioma: español
  • Títulos paralelos:
    • Deepfakes, disinformation, hate speech and democracy in the age of Artificial Intelligence
  • Enlaces
  • Resumen
    • español

      La inteligencia artificial (IA) está transformando el mundo y esto implica que también presenta nuevos desafíos. Una de las mayores preocupaciones es el auge de los deepfakes, vídeos o audios manipulados para que parezcan reales. Esta tecnología tiene el potencial de ser utilizada para difundir desinformación, propaganda y discurso de odio, lo que representa una grave amenaza para la democracia. Los deepfakes son cada vez más sofisticados y difíciles de detectar. Esto significa que pueden ser utilizados para manipular a la opinión pública de forma muy efectiva. Por ejemplo, se pueden crear deepfakes de políticos diciendo cosas que nunca han dicho o de celebridades haciendo cosas que nunca han hecho. La difusión de deepfakes puede tener un impacto devastador en la sociedad. Puede erosionar la confianza en las instituciones, aumentar la polarización política y alimentar la violencia. En un mundo donde la gente no sabe qué creer, la democracia se vuelve vulnerable. Pero, ¿es verdaderamente la IA una amenaza para la democracia? No lo creo. Este escenario no debe conducirnos a considerar la IA como una amenaza inexorable a la democracia. La clave reside en asumir la responsabilidad colectiva de desarrollar mecanismos efectivos de detección, promover la alfabetización digital y el pensamiento crítico entre la ciudadanía y salvaguardar el compromiso con la veracidad y el debate constructivo en el ámbito digital. En lugar de ceder al pánico ante la posibilidad de manipulación, debemos enfocarnos en empoderar a los individuos para que puedan navegar con discernimiento en este complejo ecosistema informativo. Este artículo propone, por tanto, una perspectiva esperanzadora: en la batalla contra el uso malintencionado de la IA para fines de desinformación y odio, el verdadero desafío podría no ser la tecnología en sí, sino nuestro propio temor. Superar este miedo mediante la educación, el desarrollo de habilidades críticas y el fomento de una cultura de verificación y participación activa, puede no solo mitigar los riesgos asociados a los deepfakes, la desinformación o el discurso de odio, sino también reforzar los pilares de nuestra democracia en la era digital.

    • English

      Artificial intelligence (AI) is transforming the world, and this implies that it also presents new challenges. One of the biggest concerns is the rise of deepfakes, vídeos s or audios manipulated to appear real. This technology has the potential to be used for spreading misinformation, propaganda, and hate speech, posing a serious threat to democracy. Deepfakes are becoming increasingly sophisticated and difficult to detect. This means they can be used to manipulate public opinion very effectively. For example, deepfakes of politicians saying things they have never said, or celebrities doing things they have never done, can be created. The spread of deepfakes can have a devastating impact on society. It can erode trust in institutions, increase political polarization, and fuel violence. In a world where people do not know what to believe, democracy becomes vulnerable. But is AI truly a threat to democracy? I do not think so. This scenario should not lead us to view AI as an inexorable threat to democracy. The key lies in taking collective responsibility to develop effective detection mechanisms, promote digital literacy and critical thinking among citizens, and safeguard a commitment to truthfulness and constructive debate in the digital realm. Rather than succumbing to panic at the possibility of manipulation, we should focus on empowering individuals to navigate this complex information landscape with discernment. This article proposes, therefore, a perspective of hope: in the battle against the malicious use of AI for purposes of disinformation and hatred, the real challenge might not be the technology itself, but our own fear. Overcoming this fear through education, the development of critical skills, and the promotion of a culture of verification and active participation can not only mitigate the risks associated with deepfakes, misinformation, or hate speech, but also strengthen the pillars of our democracy in the digital age.


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