Las vacunas son las herramientas de salud pública más eficaces con las que cuenta la humanidad. Además de prevenir anualmente millones de muertes a nivel mundial, para los gobiernos representan una inversión redituable, ya que cada dólar que se invierte puede llegar a ahorrar hasta 16 dólares de gasto en salud pública (Ozawa et al., 2016). Ante la actual pandemia de Covid-19, el desarrollo de una vacuna se ha convertido en una de las prioridades más altas con el fin de prevenir miles de muertes alrededor del mundo y aminorar el impacto económico como consecuencia de las medidas de distanciamiento social. El proceso del desarrollo de vacunas consta de varias etapas (veáse la f igura 1). La primera es el desarrollo a nivel de ciencia básica, cuando se descubren aquellos elementos que tienen el potencial de otorgar inmunidad una vez administrados a un sujeto. Posteriormente se llevan a cabo pruebas preclínicas en las que los candidatos vacunales son administrados a animales de laboratorio en condiciones controladas con el fin de estudiar su efectividad. Dentro de las pruebas preclínicas se llevan a cabo ensayos toxicológicos en animales con el objetivo de estudiar a detalle la seguridad del candidato vacunal y descartar potenciales riesgos antes de su aplicación en humanos.
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