En las últimas décadas, la crisis ambiental ha alterado significativamente los ecosistemas y sus diversas formas de sostener la vida, cuestionando muchas de las bondades atribuidas al desarrollo especialmente en los países más industrializados. Tanto es así que, en una sociedad “global”, con grandes desequilibrios en la productividad y en la distribución de bienes y servicios, los riesgos asociados a la expansión del deterioro ecológico han situado a la Humanidad ante un futuro incierto, obligando a representar las relaciones entre los seres humanos y la Naturaleza.
En este contexto, la complejidad y la sustentabilidad son dos referentes ineludibles para la reflexión y la acción que precisa un desarrollo humano alternativo, en cuyo logro la Educación Ambiental ha de desempeñar un importante protagonismo. No sólo porque se trata de una práctica pedagógica y social que debe contribuir a promover una acción educativa más integral e integradora. Además, porque es una educación centrada en valores, que activa las ´potencialidades de un pensamiento crítico e innovador, congruente con la construcción de una sociedad más justa y equitativa. Y, por ello, generadora de opciones teóricas, metodológica, estratégicas, etc., eficaces para el logro de un desarrollo humano sostenible, en todos los países, atendiendo y potenciando las capacidades endógenas de los pueblos. Lo local no puede aislarse de lo global, pero lo global tampoco debe imponerse a lo local.
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