Dar tiempo al tiempo. Durante toda su vida ha observado escrupulosamente esta norma. El tiempo, alimento de su paciencia en los largos años de oposición encarnizada contra el gran rival, Charles de Gaulle, aliado fiel e inseparable en los momentos críticos, cuando el frenético ritmo de los acontecimientos amenazaba con desbordar el propio cauce de la realidad, caprichoso cable tendido entre el ostracismo y el primer plano de la escena pública, parece empeñado ahora en acelerar su curso para satisfacer la gran ambición vital de François Mitterrand: pasar a la historia...
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