Quince de octubre de 1987. José Ignacio Eldunayen, de cuarenta y dos años, está al borde de la muerte. Padece una miocardiopatía y necesita con urgencia otro corazón. Pero su grupo sanguíneo es poco frecuente. Desde hace cinco meses está en la Clínica Universitaria de Pamplona. Diez de la mañana del día 15. La doctora Ripoll, coordinadora de trasplantes de Navarra, recibe una llamada de Santander. Ahí hay un donante del mismo grupo y de un peso parecido. Se inicia una frenética carrera contra reloj que ÉPOCA ha seguido paso a paso en una aventura esperanzadora que contrasta con el dramático fallo cometido en Cádiz al trasplantar los riñones de una enferma cancerosa a dos pacientes.
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