La actual profusión normativa sobre medios de la Unión Europea parece contradecir el aforismo, tan querido por los académicos que nos dedicamos a la regulación de la actividad comunicativa, de que “la mejor ley de prensa es la que no existe”. Porque ante la tesitura de no legislar o legislar mal, siempre será preferible la primera opción. Máxime cuando está en juego un bien tan preciado para nuestras débiles democracias como es la libertad de prensa (empleando el clásico concepto).
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