El sudor resbala por las negras mejillas del minero. Apoya todo su peso sobre la barrena que, poco a poco, va perforando la kimberlita, esa roca azulada que recoge en sus entrañas a los diamantes. Es un trabajo de titanes. De vez en cuando encuentra una sección más resistente y sus músculos se tensan. Junto a él, otros dos mineros sujetan la larga broca para mantenerla perpendicular a la pared. El cuadro parece extraído de una moderna "fragua de Vulcano". Fruncen el ceño y cierran los ojos para esquivar los fragmentos que la roca despide, su única defensa frente a la profanadora acción del acero. Por fin terminan su labor. Descansan. Comienza ahora la misión de otros hombres...
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