"Han sido los mejores Juegos de la Historia", subrayó con orgullo Juan Antonio Samaranch, presidente del Comité Olímpico Internacional. Y, sin duda, no le falta razón. La organización ha sido modélica, la espectacularidad, absoluta, la seguridad, a prueba de bombas, y, sobre todo, la respuesta del público catalán, espoleado y movilizado por la actitud entusiasta y vibrante del Rey de España, auténtico catalizador popular de los Juegos, que ha sido capaz de desvanecer totalmente los fantasmas nacionalistas que con temor agigantado habían proyectado sus amenazadoras sombras sobre la legitimidad y la lógica institucional, no merece más calificativo que el de ejemplar...
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