En los años 90 se ha empezado a constatar que un porcentaje importante de los niños y adolescentes que han cometido acciones violentas máximas también han sido consumidores indiscriminados de la violencia de ficción que se vende a través del cine y de la televisión. Esta violencia mediática la consumen al tiempo que soportan y lo protagonizan acciones violentas en su propio ambiente social y, aún más, en su propio ambiente familiar. Cuando un niño o un adolescente ve que a su alrededor la manera normal de resolver los conflictos es a partir de comportamientos violentos, es lógico que, después, cuando contraste esa información con la que recibe de los medios -donde seguirán siendo comportamientos violentos- acabe concluyendo que ésa es la manera normal de conducirse en esta vida. ¿Esta evidencia es, en consecuencia, suficiente para establecer una relación causal, lineal, entre la violencia mediática y la violencia social?
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