Hubo un tiempo en que una ciudad fue considerada el ombligo del mundo. Un ombligo muy luminoso, en todo caso, porque la llamaron la “Ciudad Luz”. Y no lo era tan sólo en un sentido figurado, puesto que, en efecto, sus espacios públicos, plazas, calles, fachadas de edificios, monumentos y avenidas, llegaron a estar por las noches tan bien iluminados que la vida misma, desde las vendedoras de flores hasta los poetas, de los banqueros a los artistas, de los oficiales del ejército a las bailarinas, terminaron por ocupar cada rincón hasta el amanecer. Pero fue, sobre todo, en su dimensión figurada, la de la luz que al alma inflama, donde esta ciudad: París, resplandeció más, convirtiéndose en un faro que atrajo de todos los confines del mundo a aquellos con la ambición, el deseo y la determinación lo suficientemente grandes para bañarse, literal y metafóricamente, con su luz.
There was a time when a city was considered the navel of the world. A very luminous navel, in any case, because they called it the “City of Light.” And it was not only in a figurative sense, since, in fact, its public spaces, squares, streets, building facades, monuments and avenues, became so well illuminated at night that life itself, from the saleswomen from flowers to poets, from bankers to artists, from army officers to dancers, they ended up occupying every corner until dawn. But it was, above all, in its figurative dimension, that of the light that inflames the soul, where this city: Paris, shone brightest, becoming a beacon that attracted from all the ends of the world those with ambition, desire and determination great enough to bathe, literally and metaphorically, in its light.
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