Los bizantinos no podían prever que el joven sultán Mehmed II, cuando subió al trono otomano por segunda vez en 1451, iba a representar una amenaza tan formidable para la supervivencia de Constantinopla o, lo que es lo mismo, para la existencia del milenario Imperio bizantino. El flamante sultán, pese al menosprecio de los gobernantes bizantinos y de sus aliados occidentales debido a su temprana edad y falta de experiencia, albergaba desde hacía mucho tiempo la idea de una gran conquista, y veía en la caída de Constantinopla la consolidación de su sultanato.
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