No utilizan pistolas, pero son policías. Sus armas son los microscopios, los tubos de ensayos y un sinfín de productos químicos. Sobre el uniforme ponen una bata blanca y dedican sus esfuerzos a recoger y analizar todo tipo de pruebas. Son los integrantes de la Policía Científica, un servicio que en nuestro país cuenta con 900 personas. Por sus manos pasan 250.000 casos cada año, desde el análisis de las gotas de sangre en un homicidio, a los restos de un cadáver irreconocible para su identificación, sin olvidar las famosas huellas dactilares. Su trabajo es fundamental para intentar dejar el menor número de delitos sin castigo. Y es que van tras la huella del crimen.
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