El descubrimiento del yodo es llevado a cabo en 1811 por Courtois, un fabricante de salitre, con formación farmacéutica, que ejerce un año como farmacéutico de hospital durante las guerras Napoleónicas. La actividad salitrera constituía un sector estratégico que permitía sostener las guerras, dado el bloqueo naval al que Francia estaba sometida. El elemento llama la atención de investigadores de la talla de Gay Lussac y Davy, manteniendo ambos una dura competencia en lo referente a su estudio con litigios de prioridad incluidos, tema complejo y con variadas connotaciones, difícil de abordar. Courtois accede a la Escuela Politécnica en París gracias a la influencia de Guyton de Morveau de quien su padre, salitrero, había sido preparador en la Academia de Ciencias de Dijon. Courtois trabaja como asistente de laboratorio en la Politécnica con Fourcroy, Thenard, y Seguin, aislando la morfina con este último. Se dedica como su padre a la manufactura del salitre, y descubre la presencia del yodo en las cenizas (varech) de algas pardas (mucus, laminaria…), ricas en sodio y potasio, más baratas que las de madera, que utilizaba para transformar nitrato de calcio en nitrato potásico, uno de los componentes de la pólvora. Se pasa revista a algunas de las vicisitudes acontecidas en torno al descubrimiento de este elemento, incluida la polémica sobre su naturaleza elemental, abundando en sus usos médicos, fuente actual y usos variados, prestando atención adicional en los comentarios finales a algunos de estos aspectos. Se advierte la conexión entre la química y la farmacia, y se comprueba como el yodo se incorpora pronto al arsenal terapéutico prestando grandes servicios a la humanidad.
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