Desde sus orígenes, la tradición política de Occidente encontró en el otro una alteridad identitaria mediante la cual fue posible, por oposición, definir la propia identidad de los integrantes de la comunidad no solo por ser ciudadanos sino, fundamentalmente, por ser hombres. De esta manera, la política ha oficiado como frontera que permite distinguir, y separar, aquello que es propio del ámbito de los hombres, y su comunidad, de aquello que es propio de los animales y los dioses pero también de los enfermos, los criminales y los degenerados. Sin embargo, dicha tradición parece haber quedado obsoleta al confluir, en nuestros días, dos fenómenos que signan la cotidianeidad de buena parte del mundo: por una parte, la anulación de la personalidad y, con ella, la eliminación misma de la voluntad y, por ende, del componente propiamente humano del hombre; por otra parte, la aparición de un enemigo difuso que se confunde con cada uno de nosotros pero cuya característica esencial es su inhumanidad. Así, la población mundial coincide con aquella característica que resulta propia de los que no pertenecen al género humano, imposibilitando la distinción del otro e internalizando la guerra contra el terrorismo hacia nuestras propias ciudades. Estas cuestiones serán tratadas en el presente artículo.
From its origins, Western political tradition found in the other an alien identity through which it was possible, by opposition, to define the identity of the community members not only for being citizens but, fundamentally, for being men. In this way, politics has officiated as a boundary that allows to distinguish and to separate that which is the typical sphere of mankind and its community from that which is typical of animals and the gods but also of sick persons, criminals and degenerates. However, this tradition seems to have become obsolete, in our time, when two phenomena that mark most of the current world’s everydayness converge: on the one hand, the nullification of personality and, with it, the elimination of the will itself and, therefore, of the typical human component; on the other hand, the appearance of a diffuse enemy that is confused with each of us but whose essential characteristic is its inhumanity. Thus, the world population coincides with that characteristic that is typical of those who do not belong to the human race making it impossible to distinguish the other and internalizing the war against terrorism towards our own cities. These issues will be dealt with in this article.
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