No tengo la mentalidad del veraneante, porque cada vez soy más indígena de mi ciudad, y después resulta que la montaña me parece demasiado, como por humillación o desafío de la Naturaleza al hombre; y el mar es una realidad inmensa y aterrorizante; las plazas concurridas me parecen incómodas y las playas solitarias me parecen monótonas. Pero la costumbre familiar o social es veranear, y entonces colabora un poco mi imaginación para designar los lugares.
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