Venía yo de Sevilla, de un combate literario, y en el camino de Mérida y de Trujillo, que fue el elegido, para una ruta más corta, y para menos ciudades y tráfico, me dispuse a leer los periódicos del día y encontré unos dulces que guardé con cuidado para esta carta. Sevilla me había destrozado, y no por la batalla de un premio -que, al final, alcancé- sino porque ya no es aquella ciudad que yo descubrí y gocé en mis años 40 y 60, sino con un tráfico horrendo, con unos malos dirigentes del tráfico, con una ciudad muy difícil para estas cosas, con un turismo indescriptible de autobús y, como en todas partes, las efigies de la propaganda electoral, y hasta me tuve que refugiar en las calles, recovecos y plazuelas sin tráfico del Barrio de Santa Cruz, para restaurarme.
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