La formación del jurista exige complementar los conocimientos teóricos con la adquisición de otras competencias, como son las relacionadas con la capacidad crítica, la habilidad argumentativa, la persuasión, el desarrollo de la empatía o la destreza en la expresión oral. Es por ello que las tradicionales clases teóricas y la resolución de supuestos prácticos pueden completarse con el desarrollo de debates, como metodología activa, en los que los alumnos, adoptando posiciones antagónicas, exponen argumentos para tratar de persuadir al profesor árbitro. Esta metodología, adecuada para apuntalar las competencias previamente referidas, cuenta, además, con las virtudes de su sencillez y de ser fácilmente transferible a múltiples áreas de conocimiento, donde las certezas sean relativas y donde la argumentación alcance un peso notable.
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